Tesis que efectua un analisis ampliamente documentado del rol de las mujeres en las Fuerzas Armadas y especialmente sobre la necesidad y conveniencia de incluirlas en unidades de combate.

viernes, 9 de noviembre de 2007

VI.- CONDICIONES LABORALES EN LAS FF.AA. | Fuerzas Navales

2.- FUERZAS NAVALES

Las fuerzas navales plantean circunstancias muy diferentes respecto del resto de las fuerzas militares. La especial condición de que el marino combate en su cuartel, con pocas oportunidades para recibir refuerzos del exterior y que debe ser capaz de proporcionarse todos los elementos necesarios para la supervivencia, conforman la estructuración de una forma de vida especial. Esto es lo que se denomina la “vida en el mar”.

El incorporar mujeres a unidades de combate de la Armada requiere comenzar por adaptar las escuelas, sus instalaciones y sus normativas. Simultáneamente, se debe abordar la modificación de las unidades a flote, en las que se espera embarcar a las futuras navegantes. El cadete y el grumete, aun cuando realizan sus estudios en tierra, necesitan imperiosamente del contacto directo con la realidad de a bordo, contacto insustituible en la formación del marino. En estos aspectos, la profesión naval tiene peculiaridades respecto de las ramas terrestre y aérea de la defensa, que requieren de adaptaciones menos elaboradas.

El buque, símbolo y medio del poder naval, salvo bajo especiales circunstancias, nunca deja de funcionar. Los equipos y sistemas destinados a mantener la vida de los tripulantes, que van desde los servicios higiénicos y sanitarios hasta la confección y distribución de la alimentación, no pueden detenerse. Y estos servicios dependen de los medios que la nave también debe proporcionarse, como la electricidad, el vapor, el agua de bebida o el aire acondicionado, por citar algunos y que al mismo tiempo permiten la operación de los equipos y sistemas de armas, comunicaciones y medios de detección.

Un buque de guerra es una máquina de gran complejidad, dotado de una enorme cantidad de equipos, que debe contar con una dotación capaz de mantenerla y operarla con eficacia. Todo esto, en un espacio generalmente muy reducido, debido a que el tamaño es un factor de extraordinaria importancia, determinante en sus capacidades marineras y militares. El hacinamiento es un factor que une al marino de hoy con el de hace 50 ó 1000 años.

En estas condiciones, la intimidad prácticamente desaparece. Normalmente, sólo el comandante, el segundo comandante y dependiendo del tamaño del buque, algunos oficiales, son los únicos que gozan de cierto grado de privacidad. El resto normalmente comparte espacios de habitabilidad comunitarios, los que quedan determinados por la distribución del equipamiento de la nave.

Los camarotes (dormitorios para uso de uno o dos ocupantes) sirven además como oficina, de modo que tampoco pueden llamarse espacios privados. Allí se recibe al personal para tratar asuntos relacionados con el servicio, se escucha las peticiones, se imparte justicia o se atiende los problemas particulares que aquejan a algún miembro de la unidad.

En especial, los espacios bajo cubierta, más amplios y cómodos para la habitabilidad de la tripulación, son también los más o los únicos adecuados para la instalación de los sistemas del buque.

El diseño de una unidad de combate requiere de un gran esfuerzo, en el que las condiciones de vida de la dotación son sacrificadas en aras de un más eficiente desempeño operativo. Las necesidades del combate imponen férreamente sus leyes.

La presencia de la mujer a bordo, complica aún más estos problemas. La evidente necesidad de espacios de habitabilidad separados para hombres y mujeres es un aspecto que no se puede obviar, al menos en nuestra cultura y que en definitiva, en unidades de menor tamaño, sencillamente no tiene solución. Múltiples aspectos de la estructura del buque hacen muy difícil que las mujeres puedan desenvolverse con naturalidad, manteniendo la necesaria privacidad. Los espacios de habitabilidad rara vez están libres de la presencia de equipos, de válvulas y de accesos a otros compartimientos en los que se trabaja regular o esporádicamente, de día o de noche.

Las mismas reglas que impedirían al varón acceder a los espacios exclusivos de las damas, impedirían a éstas, el acceso a los espacios masculinos, los que generalmente son pasos obligados a otras dependencias de uso habitual. Ningún espacio está libre del escrutinio de la guardia en sus rondas habituales o al atender una emergencia.

En combate, todos los departamentos del buque pueden y deben ser recorridos por las partidas de control de averías. Las cámaras se convierten en estaciones médicas, un entrepuente (dormitorio comunitario en la nomenclatura náutica), puede convertirse en una sala de heridos o en la central de control de averías, etc. Los daños causados por la acción del enemigo pueden hacer que todas las previsiones acerca del uso de cada espacio a bordo, sencillamente deban ser olvidadas. Por estas razones, el hacinamiento al que antes hicimos referencia se convierte en promiscuidad, en la que desaparece el natural respeto que varón y mujer se deben.

Lo anterior adquiere caracteres particularmente marcados en el caso de los submarinos, incluso en los grandes submarinos nucleares, ya sea de ataque o portadores de misiles nucleares. La Armada de los EE.UU., que ha abierto el acceso de las mujeres al servicio a flote, se ha negado a que ellas se integren a la flota del “servicio silencioso”, aduciendo que ello implicaría diseñar estos complejos navíos especialmente para llevar mujeres, con el agravante de que ello redundaría en una importante mengua en las capacidades militares de los buques.

Las armadas mixtas no han podido ignorar las demandas, que en términos de facilidades para la vida a bordo, han planteado las mujeres. No sólo se requieren baños separados. Estos baños necesitan mayor ventilación y más disponibilidad de electricidad, pues ellas no prescinden de secadores de pelo y otros artefactos indispensables para mantener su buen aspecto.

El buque de guerra posee algo de igualitario, casi diríamos democrático. Al hecho de que si se hunde, nadie es más o menos náufrago que otro, se agrega que determinados servicios no hacen distingos de ninguna especie, salvo las naturales del rango militar. No ocurre así cuando hay mujeres en el sistema a flote. Los equipos de lavandería a bordo prevén el lavado de ropa de trabajo, manchada con grasa o petróleo, tanto del personal subalterno como de oficiales. La ropa de mujer es necesariamente diferente. Se requieren programas o máquinas de lavado especiales para ropa más delicada, que tradicionalmente no han existido a bordo. Lo mismo ocurre con el planchado.

Si bien es cierto que todo esto es objetivamente prescindible, en la práctica el hecho de que se hagan esfuerzos por atender a tales requerimientos indica que hombres y mujeres no quieren renunciar a lo que naturalmente son. Las marinas deben hacer estos esfuerzos para que ellas encuentren un ambiente a flote adecuado a sus necesidades particulares.

El problema de fondo es que ninguno de estos cambios o implementaciones ha traído un beneficio en las capacidades operativas, sino un recargo en las capacidades de servicios del buque. Para que una unidad de combate naval sirva a los fines para los que ha sido creado es indispensable que mantenga su naturaleza espartana, de modo que su tripulación se endurezca en la paz, para enfrentar con ventajas, los rigores de la guerra. Esto supone que quien se embarca, acepte implícitamente las limitaciones a la satisfacción de ciertas necesidades personales, las que son propias de la vida a bordo y no que llegue imponiendo condiciones, como lo haría quien otorga favores.

Así mismo, cabe preguntarse de qué sirve realizar un duro proceso de educación tendiente a adaptar al futuro tripulante a la vida en el mar, si después de todo, termina resultando que el que se adapta es el medio y no el individuo. Universalmente, la vocación militar se anida en el corazón de hombres que están dispuestos de buena gana a renunciar a numerosas comodidades e incluso a determinados derechos básicos, como el de emitir una simple opinión. Son hombres que se sienten a gusto en un medio más que austero, propensos a servir más que a hacerse servir y que si es del caso, no vacilan en exponerse al peligro, a veces sin mediar orden alguna.

La siempre creciente complejidad de las naves no ha terminado con el hecho de que el buque es un medio en el que las faenas pesadas prácticamente no han variado en casi 100 años. La arquitectura naval, siempre apremiada por los costos, ha rechazado automatizar equipos no fundamentales para el combate y cuyas prestaciones pueden ser suplidas satisfactoriamente por la mano de obra disponible a bordo. Mientras más pequeñas son las unidades navales, menos espacio poseen para equipos no esenciales para el combate. Muchos medios no esenciales, si hay tiempo, se desembarcan durante los procesos de preparar el buque para la guerra. Su carencia será suplida con mano de obra.

La instalación de equipos no indispensables para el combate influye negativamente en las capacidades bélicas y demanda esfuerzos de mantenimiento necesarios en otras áreas. La automatización de los equipos a bordo ha simplificado muchas tareas antes atendidas sólo con el empleo de mano de obra, en especial en los procesos relativos a la adquisición, exposición y evaluación de la información relativa al campo táctico y al enemigo, así como al empleo del armamento. Sólo se ha producido dicha automatización en la medida que mejora las capacidades del buque para cumplir su rol como plataforma de armas, en términos de rapidez, precisión y volumen de datos manejados. No se concibe incorporar tales adelantos, en una nave de combate, sólo por cuestiones relativas al bienestar de la dotación. Al contrario, ello demanda un mayor esfuerzo de preparación profesional, tanto para la operación como para el mantenimiento y la reparación de los sistemas.

Un ejemplo claro lo constituye la instalación de sistemas de aire acondicionado. Estos adelantos no se implementaron para dar mejores condiciones de vida a la dotación, sino porque los complejos equipos electrónicos requieren de condiciones ambientales muy precisas, que no se consiguen con los antiguos sistemas de ventilación. El tratamiento de aire, para la dotación, persigue reducir los riesgos derivados del empleo de armas nucleares, biológicas o químicas y sólo secundariamente se ha buscado el bienestar.

La automatización está ausente, por ejemplo, en los equipos destinados a algunas maniobras marineras, como las amarras; las que son operadas principalmente a mano, a veces en difíciles condiciones climáticas y siempre con gran despliegue físico, que la constitución física de la mujer no está en condiciones de prestar. Muchas tareas que normalmente son cumplidas por un solo hombre, requieren del concurso de dos o más mujeres o sencillamente deben ser cumplidas sólo por varones. Cargar un saco de harina o de papas en una faena de víveres, acarrear proyectiles en una faena de municiones, cobrar una espía, desmontar un motor, montar una maniobra de fortuna, operar la maniobra de fondeo, abrir o cerrar pesadas escotillas horizontales, manejar una manguera de incendio, izar o arriar embarcaciones, etc., trabajos habituales a bordo, están entre estas tareas. Otras labores, como el mantenimiento y el pintado del casco y de la superestructura, sencillas en términos de las habilidades requeridas para su cumplimiento, también son trabajos pesados y a veces riesgosos, no siempre apropiados para ser emprendidos por una mujer.

Por otra parte, la creciente automatización en los sistemas de mando y control de armas y de la maquinaria principal y auxiliar, han reducido la cantidad de personal disponible a bordo, por lo que el trabajo pesado recae cada vez más en menos personal. La dotación debe ser capaz de atender todas las necesidades del buque, lo que implica el desarrollo de tareas que demandan un gran esfuerzo físico. Esta es una realidad con la que conviven los tripulantes de buques mixtos y que genera entre los hombres un profundo resentimiento hacia sus compañeras femeninas, que no pueden rendir de la misma manera cuando los exigencias físicas son altas.

Si es difícil desarrollar un ambiente de camaradería entre personas que comparten exigencias y experiencias; mucho más difícil resulta alcanzar tal propósito, cuando las exigencias son diferentes. A bordo, donde conviven hombres cuyo desempeño habitual supone un desgaste más intelectual que físico, con otros en los que el esfuerzo físico es mayor que el intelectual, el desarrollar los lazos de unidad es un desafío que se supera sometiendo al conjunto a las condiciones severas de la vida marinera, en las faenas pesadas, en el aislamiento común a todos, en la austeridad y por sobre todo, haciendo de cada componente de la dotación, por humilde que parezca su función, un elemento indispensable, sin el cual el buque pierde algo de su capacidad para desempeñar su rol en la fuerza naval.

Un miembro de la dotación que no calce en el esquema, es más una carga que un tripulante, es un factor de desunión, punto de fricción donde se desgasta la cadena común de la disciplina. La presencia de tripulantes que no van a ser capaces de cumplir con las demandas regulares de la vida a flote, al no ser un aporte al esfuerzo común, necesariamente atentarían contra el logro de la unidad de voluntades que hace de un grupo de personas un verdadero equipo de guerreros del mar.

El logro de poner un buque en condiciones de cumplir correctamente los roles y las diferentes misiones que se le ordenen es la suma de los empeños individuales y de las relaciones estrechísimas que se forjan en los reducidos límites físicos del buque.

Los marinos conocen perfectamente lo difícil que es alcanzar el nivel adecuado de rendimiento, y en especial, lo saben quienes han integrado la primera dotación de un buque recientemente puesto en servicio. El equipo tarda en consolidarse y por tal razón, los necesarios transbordos (en el léxico naval, equivalente a “destinaciones”), merman el rendimiento del conjunto o lo degradan a tal punto que al término de los períodos regulares de transbordos, de vacaciones o de reparaciones, el proceso de entrenamiento debe iniciarse desde cero, tomando meses alcanzar los niveles perdidos con los cambios o la inactividad. El proceso de afiatar la dotación es difícil y no siempre se consiguen alcanzar los niveles deseados de eficiencia, ni de fortaleza de los vínculos de camaradería que deben reinar en un grupo humano que se prepara para ir a la guerra.

En lo que respecta a considerar a las mujeres sólo para tripular unidades auxiliares, para evitar el exponerlas a los rigores del combate, el servicio naval presenta una situación especial: en la guerra en el mar no hay una “línea del frente”. Toda unidad a flote está expuesta a la acción del enemigo, aéreo o naval, de superficie o submarino. La unidad auxiliar es un petrolero, que navega junto o próximo a las unidades de combate o es el remolcador que traerá de vuelta a la base a la fragata inutilizada por el fuego adversario, o es el transporte anfibio que conducirá a las fuerzas de Infantería de Marina a la playa por conquistar o es el barreminas que debe buscar y destruir estos artefactos bélicos o finalmente, es el transporte atiborrado de munición y otros pertrechos que puede desintegrarse ante el impacto de una bomba o torpedo.

En todos estos casos, el trabajo de la unidad auxiliar se hace bajo la permanente amenaza del enemigo. Por lo tanto, este rol no exime al buque de los riesgos de la guerra. Podría mencionarse el caso del buque hospital como una excepción, debido a que las convenciones internacionales le confieren un status especial de “santuario”. Sin embargo, el que se respete su condición de tal es una cuestión diferente. Los modernos sistemas de armas no requieren que el operador vea físicamente al blanco y su empleo se decide a gran distancia, cuando la identificación del objetivo es muy difícil o imposible.

Más aún, es en las unidades auxiliares donde la demanda por personal capaz de realizar las faenas más pesadas, alcanza los niveles más elevados. La maniobra Logos a bordo del petrolero exige capacidad física para el trabajo pesado, tanto como para permanecer períodos largos de trabajo sin descanso. A diferencia de los buques de combate, la tarea de reabastecer a las restantes unidades no es algo esporádico, sino casi permanente, dependiendo del tamaño de las fuerzas.

La maniobra de remolque bajo condiciones de emergencia, también es una dura prueba para la dotación. La ausencia de complejos sistemas de armas en las unidades auxiliares, así como de sofisticados sistemas de mando y control, reduce la cantidad de personal. En las maniobras no hay excepciones, todos deben prestar su colaboración sin distinción de la función que cumple en razón de su cargo o especialidad.

La dura vida a bordo de las unidades auxiliares chilenas en la región austral, la que se desarrolla en condiciones extremas, nos enseña que en estos buques el trabajo más rutinario adquiere características de verdadera epopeya.

Lo anterior trae a la reflexión una realidad que muchos aficionados a estudiar los temas militares pocas veces evalúan. Cada país tiene, también en el campo militar, sus peculiaridades.

A propósito de condiciones extremas. La Marina Real recibió de los hombres embarcados en buques mixtos una queja: al momento de presentarse la emergencia, la actitud natural de los hombres era hacer retirar a las mujeres del foco del problema y hacer entonces, el trabajo propio y el de ellas. Así las cosas, las emergencias eran tratadas con menos medios humanos que lo planificado. Ante una avería que afecta a la estructura se recurre al “apuntalamiento”, otro trabajo pesado, que se ejecuta bajo la presión de la emergencia, donde no hay espacios para los que no sean capaces de mover grandes pesos u operar herramientas que exigen el uso de una buena dosis de fuerza física.

En las marinas en las que existen mujeres embarcadas y que no pueden exponerlas al combate, se presenta un fenómeno inesperado: los tripulantes saben que su buque (que para todo marino es siempre el mejor buque), no podrá demostrar su valor ante el enemigo, al menos no en las mismas condiciones en que lo harán los buques tripulados sólo por varones. Ello afecta negativamente a la moral de esas dotaciones, probablemente tan capaces como el resto y las expone a las burlas constantes de sus compañeros.

La destinación de las mujeres embarcadas a reparticiones terrestres en puestos habitualmente cubiertos por personal apto para el servicio de a bordo, práctica habitual en diversas marinas, ha acarreado un efecto no previsto: resta oportunidades al personal que sirve a bordo para acceder a dichos puestos con el consiguiente impacto en la moral de las dotaciones embarcadas. La falta de oportunidades para acceder a puestos en tierra, es un factor que incide en el crecimiento de las tasas de retiro de personal masculino altamente calificado, con pocos años de servicio.

El ambiente marino también impone sus reglas. La vida a bordo implica pasar muchas horas expuesto a las inclemencias del tiempo, realizando pesadas faenas. El frío, el cansancio y las ropas empapadas han sido compañeros inseparables del marino y ello no va a cambiar por el hecho de que se hayan desarrollado nuevas tecnologías. Que tales condiciones estén siempre presentes es un factor que no preocupa al marino, pues ellas contribuyen a fortalecer al futuro combatiente en la mar. Más aun, es deseable que el joven en sus etapas de formación profesional, sufra los rigores de la vida marinera. Así, como oficial, valorará mejor el trabajo de sus subalternos y ponderará más prudentemente los riesgos a los que eventualmente les expondrá y como marinero, podrá enfrentar los peligros con experiencia acumulada. No es de extrañar que la sabiduría popular haya acuñado el término “hombre de mar”, para referirse a quienes han hecho de estas difíciles condiciones, su forma de vida. El mar es un medio en donde el que no se adapta sencillamente fracasa. No todos pueden ser hombres de mar.

La vida de cámara a bordo también asume ciertas peculiaridades. Mientras que en las unidades terrestres puede reducirse al personal soltero durante gran parte del año, a bordo, es parte de la vida cotidiana todo el año y toca a todos los miembros de la dotación, cada uno en su nivel, aunque se reduzca en el puerto base. La dura jornada de faenas y ejercicios da paso a la vida social, donde se comentan las actividades del día, se liman asperezas y se fortalecen los vínculos de camaradería.

Pero aun cuando en la cámara se produce un cierto relajo, éste nunca es total. Las guardias en la mar o en puerto permiten a una parte de la dotación descansar, mientras otra parte conduce la navegación, ejecuta ciertos ejercicios, etc. Sin embargo, lo anterior, no exime del hecho de que surja la amenaza del enemigo o la emergencia propia de la navegación. Hasta en la más rutinaria de las navegaciones, el zafarrancho de combate se hace oír en el momento más inesperado. La misma expresión, zafarrancho, indica que en ese momento se interrumpe el descanso, la comida, la charla, todo, excepto lo necesario para enfrentar el combate o la emergencia.

Por otra parte, no es posible que las cámaras a bordo, se encuentren en sitios apartados del ajetreo cotidiano. Su ubicación, tamaño y forma no siempre responden a criterios de mejor comodidad para sus ocupantes; muchas veces no alcanza a albergar simultáneamente a todos sus miembros. En este sentido, la cámara es un fiel reflejo de lo que el servicio naval exige a sus miembros, en orden a adaptarse a las condiciones que la profesión naval demanda, más que a exigir que tales condiciones se adapten a las necesidades de cada uno.

Un factor adicional a las diferencias entre la profesión naval y el resto de las fuerzas militares, lo constituye el hecho de que en el buque, desde el comandante hasta el tripulante de menor rango, todos comparten los mismos riesgos. En el combate terrestre, el soldado de menor rango está objetivamente más expuesto a sufrir heridas o la muerte que el superior. En el combate aéreo, sólo intervienen las tripulaciones aéreas. En el combate naval todos son combatientes, corren más o menos los mismos riesgos y se exponen, en consecuencia, a las mismas vicisitudes. Si se hunde el buque, todos son igualmente náufragos, cuya supervivencia es posible en la medida que la disciplina, la unidad y el espíritu de sacrificio se mantengan intactos. La camaradería en estas circunstancias, no sólo es deseable, pasa a ser vital.

No falta, en las mentes más agudas, la percepción de que el marino desarrolla por su buque un respeto semejante al que el militar siente hacia su cuartel, pero mucho más profundo: el marino sabe que su buque puede ser también su tumba. La tradición naval chilena impone normas, incluso respecto de la vida de cámara. Así, en la cámara del comandante, debe encontrarse un retrato del héroe de Chile, don Arturo Prat, en la de oficiales, el del teniente Ignacio Serrano y en las de suboficiales o sargentos, el del sargento Juan de Dios Aldea, modelos con los que los miembros de la cámara deben identificarse. La tradición también dicta el protocolo, que se respeta cuidadosamente.

El problema se presenta con mujeres integradas en la vida de cámara a bordo, porque el protocolo se funda sobre la posición jerárquica, pero supone también atender a la condición de la mujer, que por ser tal, merece consideraciones especiales que no guardan en absoluto relación con la posición jerárquica. Si se desconoce la condición de mujer de un miembro de la cámara, tarde o temprano desaparecerán también el respeto y la consideración debida a todas las mujeres, militares o no.

La mujer debe adaptarse a esta realidad, pero ello no siempre es posible. La experiencia en las marinas mixtas, indica que la prevalencia de cambios en las destinaciones entre las mujeres es alta, por las causas habituales: embarazo y lactancia y su rendimiento está sujeto a la ciclicidad de sus procesos fisiológicos. Los efectos en las capacidades operativas por estas circunstancias, son negativos en términos de alcanzar y mantener los niveles de entrenamiento. Esta “volatilidad” atenta contra la conformación de un equipo de combatientes, que debe adaptarse en alguna medida, ante cada reemplazo de miembros de la dotación. No es apropiado juzgar estas situaciones aduciendo que talvez se trate de trasbordos de personal de escasa importancia en el conjunto. En el buque, las labores más “humildes”, como sastrería, lavandería o zapatería, son atendidas por gente que realiza otras tareas, en las guardias o en el combate, ya sea sirviendo en una pieza de artillería, en una partida de control de averías, como camillero o telefonista, por citar unas pocas, todas las cuales demandan un entrenamiento individual y de conjunto.

Existe la impresión de que bastaría con imponer normas que impidan a la mujer embarcada quedar embarazada, pero ello, además de ser contra la naturaleza, es ilegal y atenta contra la ética de las FF.AA., la que ha estado siempre por fortalecer la vida familiar.

La opción de embarcar sólo a las solteras también ha sido evaluada, pero dado que tarde o temprano ellas se casarán, la posibilidad de continuar una carrera prolongada en la armada se ve bastante remota. Ello tampoco resuelve el problema causado por las solteras que queden embarazadas, situación de alta ocurrencia en las marinas mixtas, donde el porcentaje de embarazadas a bordo ha llegado a ser mayor que en tierra o en la vida civil.

Según datos proporcionados por organismos oficiales, la prevalencia de mujeres embarazadas a bordo de las unidades norteamericanas, ha sido mayor que en tierra, alcanzando cifras del orden del 31%. Por otro lado, la situación de las mujeres en estas condiciones implicaría embarcarlas por un período tan breve de su carrera que cabría preguntarse si el esfuerzo y el costo de prepararlas como tripulantes de un buque de guerra, vale realmente la pena, sobre todo teniendo en cuenta que las dotaciones navales se conforman en un alto porcentaje con personal muy calificado técnicamente y la tendencia es que esta calificación sea cada vez mayor, en la medida que se automatizan las tareas de a bordo.

Las reflexiones anteriores adquieren mayor vigencia a medida que el tamaño de las fuerzas navales es menor, debido a que las organizaciones de las grandes potencias, poseen personal en abundancia como para afrontar relevos frecuentes y se ven favorecidas por la estandarización de unidades y equipos, lo que no ocurre tampoco en las marinas de menor tamaño.

No hay comentarios: