Tesis que efectua un analisis ampliamente documentado del rol de las mujeres en las Fuerzas Armadas y especialmente sobre la necesidad y conveniencia de incluirlas en unidades de combate.

domingo, 11 de noviembre de 2007

V.- EL CÍRCULO ÍNTIMO 1.3 | El Talento

4.- EL TALENTO

“Pastelero, ¡a tus pasteles!”, sentencia la sabiduría popular, indicando que cada cual debe ocuparse de lo que es propio y dejar que el resto haga lo suyo. No todos hacemos lo mismo y no podemos hacer bien sino algunas cosas, dependiendo entre otros factores, del talento que a cada uno le ha tocado poseer y desarrollar.

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define al talento como “la capacidad de entender”, así como “la capacidad para el desempeño o ejercicio de una ocupación”.

El hecho de que se defina al talento como una capacidad para el ejercicio de una determinada ocupación, es señal de que un talento no sólo es intelectual, como lo sugiere la acepción de talento como conocimiento. Es conocimiento, pero abarca todas las potencialidades del ser humano, físicas, intelectuales y emocionales. Lo natural es que un determinado talento se nutra de elementos presentes en las tres categorías mencionadas. Tampoco el talento lo es todo. Como cualquier virtud, el talento requiere de cultivo.

Siendo las personas idénticas en cuanto a la naturaleza, múltiples rasgos nos diferencian, de tal modo que no resulta difícil reconocer a un determinado individuo dentro de la muchedumbre. La apariencia física es la más notable de las diferenciaciones entre seres de la misma especie, pero también los rasgos de personalidad, las aptitudes y los gustos señalan diferencias. El género, diferencia a una mitad de la humanidad de la otra. El conjunto de rasgos particulares de cada individuo hace que no haya dos seres humanos iguales. De allí que para referirnos a los que comparten nuestra naturaleza humana, digamos “nuestros semejantes” y no “nuestros iguales”.

Ni siquiera es posible la perfecta igualdad entre los gemelos. La dosis de aptitudes con que cada ser humano ha sido dotado, que llamamos talento, es el elemento que más nos distingue de nuestros semejantes.

Y dado que en el conjunto de nuestras capacidades, la condición de varón o de mujer es un factor clave, no es de extrañar que el sexo juegue un rol importante en la ecuación de talentos con que cada uno de nosotros cuenta.

Un varón no puede competir con la mujer en igualdad de condiciones en el cuidado que se debe a los recién nacidos. La ternura, el sentido innato para establecer qué necesita el bebé en un determinado momento, la capacidad para salir del sueño cuando el llanto infantil quiebra el silencio nocturno, etc., son parte de los talentos naturales en toda madre y que el hombre, aun el mejor dispuesto, sencillamente no desarrolla si se la compara con la que caracteriza a la mujer. Objetivamente, existe eso que llamamos “instinto materno”.

A su vez, la mujer no es un competidor del varón cuando de realizar trabajos pesados se trata. Las antiguas ocupaciones de albañil o carpintero, por citar a algunas que se continúan practicando, exigen una fortaleza física en las que la mujer no puede competir con reales opciones de éxito.

Incluso, en los talentos de corte intelectual hay diferencias. No se trata de aseverar que haya superioridad de unos sobre otros, sino de la forma como se desarrolla el pensamiento. A la mujer se le reconoce una prevalencia en el pensamiento concreto por sobre el abstracto, mientras que el hombre inclina la balanza en el sentido contrario. Por lo general, las ocupaciones que exigen una mayor cuota de abstracción son servidas por varones, como la ingeniería. Pero cuando el pensamiento debe discurrir por senderos concretos, la mujer domina sin contrapeso: el servicio social, por ejemplo.

La mujer posee mayor capacidad para atender a los detalles, mientras que el varón se maneja mejor en la apreciación de conjunto. Por algo, las mujeres sobresalen en los procesos de armado de componentes electrónicos, mientras que el varón ejerce mejor el rol de supervisor.

También es notoria la ventaja del varón en la resolución de situaciones de peligro. Bajo la tensión de la amenaza, el hombre reacciona más racional que emocionalmente.

¿Y qué ocurre en el campo militar? ¿Es tan distinto el mundo castrense que sólo tenga ocupaciones donde prevalece el talento masculino?

Las FF.AA. representan un campo laboral tan amplio, que en ellas hay cabida para todos. En relación con las profesiones llamadas universitarias, las necesidades de personal calificado para las FF.AA. van desde el dentista y el médico, hasta el abogado, pasando por el arquitecto, el ingeniero, el pedagogo, el asistente social y el psicólogo, sin pretender agotar la lista. En otros niveles de especialización, enfermeras, técnicos de todo tipo, chóferes, cocineros, mecanógrafos, programadores, músicos, y muchos otros. Todo esto, sin considerar los oficios propiamente militares que se forman en cada rama de la defensa, según sus necesidades específicas.

Se puede afirmar que las FF.AA. dan una oportunidad a cada talento en particular. Sólo que a ellas se ingresa en la medida que haya talento, así como la aptitud moral para poner ese talento al servicio del bien común en un contexto laboral particular. Una parte del complejo campo de la administración del personal en los institutos castrenses, se consagra a destinar a cada uno según sus talentos individuales. Ciertas fuerzas militares son particularmente selectivas en la búsqueda de candidatos con talentos muy específicos, como las fuerzas especiales, los submarinos o los pilotos de combate.

Nadie puede alegar derechos para incorporarse al mundo militar. De allí que todas las FF.AA. del mundo sometan a los interesados a exámenes de admisión, a los que sigue un permanente y constante proceso de selección, de modo que los más aptos permanezcan y los demás vayan quedando en el camino.

Pretender que la mujer tiene derecho a ingresar a las FF.AA. por el solo hecho de ser mujer, carece de racionalidad. Sí es legítimo que ingrese según la cuota de capacidades que cada persona en particular posee. Tampoco es razonable la pretensión de que no hay límites a las oportunidades laborales de una determinada persona, porque sí los hay. El primer límite lo ponen las exigencias específicas para cada ocupación. El segundo, el talento de los que compiten por el mismo puesto. En este sentido, la profesión militar, más que otras, es de constante selección.

La experiencia indica que no todos los hombres y mujeres son aptos para desempeñar todos los oficios y que unos, más que otros, llenan mejor las expectativas del empleador.

El conocimiento del contratante también tiene su parte en el asunto. Si históricamente, las necesidades de personal han sido cubiertas mediante la adopción y aplicación de ciertos criterios de selección, con resultados razonablemente buenos, el empleador no tiene necesidad alguna de cambiar dichos criterios, aún cuando tales normas parezcan poco objetivas. Los miembros de las brigadas Gurkas en el Ejército Británico son todos varones, nacidos en Nepal. Podrían ser indios o pakistanís, o una mezcla de muchas nacionalidades, pero sólo tienen cabida los nepaleses. Por cierto, no todos los nepaleses pueden ser miembros de las brigadas Gurkas Británicas. Hay un proceso de rigurosa selección. Y el sistema funciona bien.

Ya hemos visto, al tratar el caso de las FF.AA. británicas, las quejas que formulan los tripulantes de los buques mixtos, en el sentido de que las mujeres no exhiben en las emergencias el comportamiento que de ellas se espera, es decir, el mismo de los tripulantes masculinos. Ante la situación de peligro, los tripulantes varones deben asumir su función y la de las mujeres. Ello no debe extrañar, pues en las situaciones de riesgo, la mujer espera naturalmente del varón, la respuesta adecuada a la amenaza, del mismo modo como el hombre sabe que su deber es enfrentar antes que nadie el peligro. Otra es la conducta femenina frente al peligro, en ausencia de un varón. Allí, ella debe asumir todas las tareas y lo hace tan bien como el que más. Las heroicas acciones de las enfermeras, cumpliendo su deber, impasibles bajo el ataque del enemigo, dan cuenta de que la actitud de la que se quejan los marinos ingleses, no se debe a la falta de valor, sino a una conducta natural.

Cuando nos preguntábamos el por qué la Marina Real no ha evaluado tripular buques con dotaciones únicamente femeninas, dejábamos entrever esta realidad, que es consecuencia natural de la diversidad de talentos que encontramos entre hombres y mujeres. Tal vez debamos buscar la respuesta en el hecho objetivo de la incapacidad femenina para el desarrollo de trabajos pesados de que ya hemos hablado antes y que obliga a recurrir a los varones.

Si tal es la realidad de la mujer inserta en la profesión militar, sería prudente evaluar sus aptitudes para el trabajo castrense a la luz de los talentos de que naturalmente se encuentra dotada la mitad femenina de la humanidad, con prescindencia de otros factores.

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