Tesis que efectua un analisis ampliamente documentado del rol de las mujeres en las Fuerzas Armadas y especialmente sobre la necesidad y conveniencia de incluirlas en unidades de combate.

lunes, 26 de noviembre de 2007

II.- RESUMEN HISTÓRICO.

Con la aparición del Cristianismo la historia de la mujer tiene un momento en que se marca un antes y un después. Sin duda que la concepción de “persona” de la nueva religión, en la que se iguala a varones y mujeres, revolucionó al mundo.

En el pasado la mujer no estaba bajo ninguna circunstancia al mismo nivel del hombre. Era un ser inferior, puesto por la naturaleza al servicio del varón. La presencia de mujeres influyentes en la vida política, siempre se daba a la sombra de algún hombre o en apoyo a la labor de éste. Aunque las haya, las mujeres conduciendo los destinos de una nación son escasas y se las recuerda por ser pocas.

En el pueblo judío antiguo la mujer carecía de todo derecho. Al extremo de que en caso de enviudar perdía todos los bienes del difunto, a los que accedía en virtud del matrimonio. Estos bienes naturalmente pertenecían sólo a los hijos varones, si los había, o tornaban a la familia del marido. La familia de la cual la mujer provenía, rara vez recibía de vuelta a la viuda. De allí la insistencia de Cristo, en cuanto a la práctica de la caridad, de dar especial atención a viudas y huérfanos.

Así mismo, la opción de combatir era privilegio exclusivamente masculino, debido a que el combatiente tenía derecho al reparto del despojo de los vencidos, los que incluían en algunos casos, las mujeres y niños, quienes se convertían en esclavos o se sacrificaban a los dioses del vencedor.

No hay un solo relato de veracidad demostrable que se refiera a alguna mujer combatiendo en las culturas egipcia, griega o latina. Sólo se tiene como antecedente, el mito de las amazonas, que habrían existido en las riberas del Mar Negro y que ha logrado fama, precisamente por su carácter de excepcional.

Entre los griegos, así como entre los romanos, los dioses pueden ser masculinos o femeninos, pero ello no tiene su correlato en el plano de la vida humana. El hombre domina sin contrapeso en el mundo terrenal. En todo caso, los dioses masculinos están marcados por la fuerza y se imponen por lo general a las diosas, aunque éstas son indudablemente más virtuosas.

A través de Aristóteles sabemos, que tanto Sócrates como Platón habían enseñado que la mujer debía recibir entrenamiento militar y luchar codo a codo con los hombres. Estas ideas no penetraron en la sociedad griega. El mismo Platón señala que el hombre debe observar el ejemplo de los animales domésticos, como los perros, en los que el cuidado que las hembras dan a sus hijos, no las eximen de sus tareas en la protección del rebaño de la casa. Nada de ello cambió la condición femenina en el mundo griego. El filósofo no reconoce al hombre superioridad respecto de la mujer en lo intelectual, pero sí en lo físico. No obstante, que sólo las mujeres excepcionales son capaces de superar en todo a los hombres.

Un punto de dificultad para los filósofos griegos, se refería a una cuestión del pudor. La educación física, indispensable para la práctica de la cosa pública o del servicio militar, se llevaba a cabo en el gimnasio, en el que los atletas se ejercitaban desnudos, situación inaceptable para la mujer, custodia del pudor de la sociedad.

Pese a la enorme influencia que los filósofos ejercieron en la cultura griega, el tema de la presencia femenina en la política y en la guerra no experimentó cambio alguno en la gran civilización griega, ni en su heredera histórica, la cultura latina.

Esparta, estado legendario por ser ejemplo de una sociedad absolutamente organizada con vistas a la guerra, daba a la mujer un rol muy definido. Atender la casa y educar a los hijos... para la guerra.

De no mediar la influencia del cristianismo el mundo medieval habría recibido los escritos griegos y latinos, sin prestarles atención, al menos en estos asuntos.

La noción de persona, es decir de individuo racional responsable de sus actos, da al ser humano una visión distinta de la relación entre varón y hembra, ya que ambos quedan igualados en su esencia racional. Aun cuando ello no ejerció mayor efecto en orden a cambiar la relación de dependencia de la mujer respecto del varón, le otorgó un reconocimiento que antes no tuvo. El culto a la Madre de Dios también ejerce su impacto, pues en Ella, la mujer alcanza un grado de excelencia que ningún varón puede pretender para sí.

Sin embargo, San Pablo es claro en señalar que la mujer está sometida al varón en el matrimonio y en la jerarquía de la Iglesia. No obstante, esto no implica que la mujer no tenga un lugar de importancia, mientras el marido es cabeza de la mujer, ésta es el corazón del hombre.

La Iglesia también veló por el respeto que el marido debía a su mujer, recogido en la vieja fórmula nupcial del Misal Romano: “Mujer te doy, que no sierva”. La mujer quedaba subordinada al varón, pero no a su servicio.

La salvación no hace distingos y eso es lo que finalmente cuenta. Para el cristiano, todo lo demás es sólo temporal.

La historia de la Iglesia nos muestra a numerosas mujeres que ejercieron gran influencia en sus comunidades, ya sea promoviendo la fe, defendiendo a los perseguidos o compartiendo sus sacrificios, pero nunca asumiendo roles militares. Esto no significa que la función militar haya sido menospreciada por la nueva religión. El santo más popular en Chile, San Sebastián, era un soldado romano.

Los pueblos germánicos contemporáneos de griegos y romanos, herederos de una tradición guerrera, desarrollaron una cultura cuyos valores fundamentales siguen siendo, hasta hoy, los propios de la vida militar; la lealtad como factor clave en las relaciones personales, el espíritu de sacrificio, la jerarquización de la sociedad y del derecho, etc.

El ideal del germánico es morir en combate, para ir al paraíso. Allí tendrá por recompensa los insuperables favores de las valkirias. El germano viejo, incapaz de combatir, pierde el derecho a todo respeto y debe integrarse a las mujeres y los niños. La mujer en esta cultura carece de todo derecho, es un ser de segundo orden. No va a la guerra.

La cultura occidental, que fragua en un primer paso, en lo que se conoce como Edad Media, viene a ser el receptáculo de todas las corrientes anteriores. Las componentes grecorromanas, fuertemente influidas por el cristianismo, han hecho a nuestra cultura un aporte esencialmente intelectual (incluido el espiritual), al tanto que la cultura germánica acusa su influencia en aspectos de índole práctica.

En este ambiente, la mujer carece de igualdad de derechos (la sociedad es esencialmente estamental, es decir, fundada en derechos diferenciados o “privilegios”) frente al varón, pero puede asumir los derechos de éste, si no hay herederos varones o si éstos son menores de edad. La ley sálica, que niega a la hija el derecho de sucesión al trono habiendo heredero varón, es una prueba de ello.

Hay diversos relatos y comentarios escritos por autores de renombre que señalan a las mujeres en posiciones de liderazgo, frente a las cuales, los varones se subordinaron sin inconvenientes. No siempre ellas combatieron, pero los hombres aceptaron ser conducidos a la guerra por sus señoras feudales. Algunos autores no dudan en señalar que el hombre medieval estaba más dispuesto a aceptar la autoridad de una mujer, que el hombre contemporáneo.

En la polémica escolástica, el tema de la mujer en la vida militar también tuvo su espacio. A pesar de que muchas de las discusiones sobre el tópico repetían los argumentos de los filósofos griegos o latinos, es necesario reconocer que el catolicismo ejerció su impacto en el pensamiento escolástico en estas materias. Así, mientras se repetían las hazañas de las amazonas o de míticas guerreras vikingas, también se recurría a la Biblia, con sus Déboras y Judith. Gran parte de la discusión se centraba en el problema de los votos que profesaban quienes iban a Tierra Santa, principalmente con motivo de las Cruzadas, cuestión que preocupaba especialmente a los canonistas.

Se aceptaba que las mujeres tomaran votos, pero no que los tomaran con la finalidad expresa de combatir, aunque ejercieran el mando de tropas que ellas mismas en su condición de señoras feudales aportaban a la empresa. Hay informes bien documentados, de que las mujeres en Tierra Santa no desdeñaron el uso de las armas, cuando el solo hecho de llevar indumentaria masculina era un acto de valentía.

Obviamente que estos relatos se conservaron a causa de su condición excepcional. En realidad, la formación de un caballero se iniciaba en la infancia e implicaba un largo proceso, mientras que las niñas eran educadas en las labores del hogar. Así, mientras el hombre se preparaba para la guerra y la conducción política, la mujer se preparaba para el ejercicio de la economía doméstica y la educación de los hijos.

La más famosa de las mujeres comandantes militares en la Edad Media, fue Santa Juana de Arco (1412-1431), de quien el caballero Thiband d’Armagnac, alguacil de Chartres, dijo: “Al margen de los asuntos de la guerra, era sencilla e ignorante. Pero en lo referente a la conducción de los ejércitos y en las artes de la guerra, en la disposición de las tropas para el combate y en dar aliento a los soldados, se comportaba como el más experimentado de los capitanes en el mundo y como si toda su vida hubiera estado dedicada a aprender el oficio de la guerra.”

Santa Juana, aun cuando comandaba efectivamente las fuerzas, no combatía.

Su caso es especial, pues basaba su autoridad y talentos en un mandato divino recibido a través de las voces de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Como sucedía con muchas otras mujeres medievales que lograron ser aceptadas al margen de lo que era considerado apropiado para su sexo y que argumentaban que Dios actuaba por su intermedio.

Es la heroína francesa por antonomasia.

La abundante literatura acerca de la mujer en la vida militar revela que el tema era de dominio común. No obstante, es también usual el temor de los autores de la época, al efecto deformador del orden social que podría sobrevenir por efecto de la presencia de la mujer en la vida militar como un hecho frecuente.

Si bien no se puede poner en duda la calidad de la argumentación escolástica en el terreno metafísico, los argumentos de carácter fisiológico o médico son muy pobres. De todos estos argumentos, el único que parece sostenerse incólume es el de la menor robustez del físico femenino, que en la época era más determinante que hoy, debido a que todas las armas de entonces (arcos, lanzas, mazas, sables o espadas, catapultas, arietes y otros) consistían en alguna forma de aplicación de la fuerza física del soldado para lesionar al oponente.

El más famoso e importante autor escolástico, Santo Tomás de Aquino (1225-1274), se limita a exponer que la mujer tiene su espacio propio en la administración de los bienes domésticos, lo que la aleja de la cosa pública. No se trata de un pensamiento machista, sino que dar el debido reconocimiento a la familia, en un esquema de pensamiento en el que el reino doméstico es el pilar en torno al cual se estructura el edificio social.

El maestro de Santo Tomás, San Alberto Magno (¿1193?-1280), plantea el tema de la incapacidad femenina para la guerra atendiendo a la naturaleza tímida de la mujer, lo que probablemente era cierto en su tiempo, en virtud de la educación que generalmente se les impartía.

En todos los casos, existe el genuino interés de los escolásticos por preservar el rol femenino con vistas a la persistencia de los valores y buen orden de la sociedad. El que se lograba por la directa participación de la mujer en la educación de los hijos. El bien común espiritual, encarnado en los valores de la cultura, prevalece en la mente escolástica por encima de hipotéticos derechos individuales, que tampoco despertaban el interés de sus eventuales beneficiarias.

La influencia del pensamiento escolástico, que sigue teniendo importancia en muchos aspectos, se mantuvo muy sólida en cuanto al rol femenino en la sociedad hasta comienzos del siglo XX.

En las culturas orientales la situación generalmente no ha sido distinta, si se las compara con el mundo clásico de griegos y romanos. Las hazañas militares de chinos, japoneses, indios, manchúes, mongoles y otros pueblos orientales, no mencionan a las mujeres. El asunto no deja de ser interesante dado que todas las culturas, salvo la occidental, han permanecido casi sin cambios por más de 2000 años.

Durante la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron las fuerzas japonesas con tropas de los EE.UU. sin que se conozcan relatos de mujeres japonesas capturadas o muertas en combate. Solamente se conoce de niponas habitantes de algunas islas conquistadas por los EE.UU., como Okinawa, que prefirieron el suicidio a entregarse al enemigo. Sus compatriotas las habían advertido que de caer prisioneras serían objeto de toda clase de abusos, deshonrándolas a ellas y a sus familias. Aún en tan extremas y desfavorables condiciones ellas no lucharon.

Las culturas islámicas que han mantenido sus concepciones originales, recogen gran parte de lo vigente en el mundo del siglo VII. El esquema valórico del árabe musulmán tradicional, se resume en la expresión “mi fusil, mi camello y mi hijo”. Todo lo demás, incluida la mujer, es prescindible. La poligamia es un rasgo común de todos los pueblos mahometanos y es otro reflejo del valor de la mujer en esa cultura.

Para la mujer, el campo laboral fuera del hogar está generalmente vedado. Sólo es posible encontrar mujeres en funciones públicas en las naciones musulmanas más influidas por el mundo occidental. En estos países, no tienen cabida en las FF.AA. como combatientes.

Turquía, el país con mayoría musulmana más occidentalizado es entre los socios de la OTAN, después de Italia y Polonia, el de más baja presencia de mujeres en las FF.AA. Su representación alcanza a sólo el 3,95 % del total de sus efectivos y de ellas, ninguna está en unidades de combate (Ver TABLA 1). El que combate es el varón y sus atributos tradicionales incluyen el fusil, el cuchillo o la cimitarra, armas fuera del alcance de la mujer.


TABLA 1.-

Fuente: OTAN 2005.



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