Tesis que efectua un analisis ampliamente documentado del rol de las mujeres en las Fuerzas Armadas y especialmente sobre la necesidad y conveniencia de incluirlas en unidades de combate.

sábado, 10 de noviembre de 2007

VI.- CONDICIONES LABORALES EN LAS FF.AA. | Fuerzas Terrestres

VI.- CONDICIONES LABORALES EN LAS FF.AA.

Las condiciones en que se desenvuelve el trabajo humano ha sido siempre un aspecto importante a considerar cuando de selección de personal se trata.

Como es natural, el entorno laboral debe permitir a los trabajadores un mínimo de elementos de bienestar, seguridad física, descanso, y otros, que son muy importantes a la hora de competir en el mercado por reclutar a los mejores individuos.

También, las legislaciones imponen ciertas obligaciones a los empleadores que guardan relación con el bienestar del personal. Las leyes, casi universalmente han reconocido el derecho de las mujeres a gozar de permisos pre y post natal, inamovilidad laboral durante los períodos de lactancia, etc. Esta cuestión, es determinante en el hecho de que en el mundo laboral el trabajo femenino sea remunerado por debajo del nivel asignado al varón.

Todos estos elementos jurídicos tienen su impacto en ciertas actividades productivas o de otro tipo, pues determinan la implementación de infraestructuras y servicios que no siempre son factibles de ofrecer. Así, por ejemplo, en Chile la legislación establece la necesidad de contar con salas cunas o jardines infantiles dentro de un cierto radio, cuando la empresa cuenta con una cantidad mínima de mujeres dentro de su nómina.

Menos notoria, pero igualmente importante, es la necesidad de contar con servicios higiénicos, atención médica, lugares de descanso, alojamientos y otros, distintos para hombres y mujeres. En algunas legislaciones, es imperativo que los lugares de trabajo cuenten con estas facilidades aunque allí trabajen sólo hombres o sólo mujeres, en virtud de las normativas antidiscriminatorias.

En el caso de las FF.AA., la situación no es muy diferente. A pesar de que la profesión militar demanda muchos sacrificios en lo relativo al confort, las necesidades de recursos para el bienestar son relevantes, aunque sean muy sencillas. La vida en una guarnición, muchas veces ubicada en lugares poco gratos para la vida humana, exige contar con algunas facilidades por muy austeras que ellas sean. Mientras la dotación sea exclusivamente masculina, las necesidades son menores. Cuando se incorporan las mujeres, el problema se complica. La infraestructura para habitabilidad debe duplicarse, se requiere contar con insumos adicionales, la alimentación debe sufrir adaptaciones, la atención médica debe abarcar nuevos campos, etc.

A continuación se hará un análisis de cómo afecta este tema a cada una de las instituciones de la Defensa Nacional.


1.- FUERZAS EN TIERRA

Muchas de las consideraciones que se formulan en relación con las fuerzas propiamente terrestres son válidas para las restantes fuerzas. Esto, en virtud de que todas las instituciones castrenses desarrollan parte importante de sus quehaceres en establecimientos terrestres, que con algunas diferencias menores, son cuarteles o guarniciones con los rasgos propios de todo recinto militar. Escuelas, hospitales, cuarteles, talleres y otros, existen en todas o en la mayoría de las FF.AA. del mundo. De allí que para el título del presente párrafo, se haya escogido la expresión “fuerzas en tierra”, de connotación más amplia que la de “fuerzas terrestres”.

En el caso del ejército, las instalaciones ubicadas generalmente próximas a lugares poblados no presentan mayores dificultades para la presencia de mujeres. Las adaptaciones de las instalaciones para recibir contingentes femeninos, son de implementación relativamente simple, siendo necesario básicamente, un esfuerzo de duplicación de servicios de alojamiento, higiénicos y sólo parcialmente, médicos. A mayor tamaño de las instalaciones, menores deberían ser los cambios para su adaptación.

La participación de elementos femeninos en prácticas en terreno, tampoco reviste un grado de complejidad mayor. Ellas al igual que los varones deberán adaptarse a los rigores de la vida en campaña, con largos períodos de intensa actividad física, alternados con breves momentos de descanso, escasas o nulas condiciones de higiene, incomodidades para el servicio de comida, exposición a las inclemencias del tiempo, etc., circunstancias todas que deben estar presentes ineludiblemente en los períodos de entrenamiento. En el combate real, los soldados sufrirán éstas y otras penurias en mucha mejor forma si ya las han experimentado en tiempo de paz.

La vida de cuartel no es igualitaria. La jerarquización, es un rasgo distintivo de todos los cuerpos armados. Sin jerarquía, un cuerpo social cualquiera carece de un orden que facilite el logro de los fines que le son propios, por eso, con mayor o menor formalidad, la jerarquía existe naturalmente en todas las organizaciones humanas.

Con mayor razón existe en las FF.AA., donde la disciplina se ejerce por todos los miembros en virtud de la posición que cada uno ocupa en el conjunto, determinando la cuota de subordinación o de mando que a cada cual corresponde. La existencia de jerarquía no elimina de los cuerpos armados bien disciplinados, una convivencia armónica entre miembros de distintos estamentos militares. Convivencia que es parte indispensable de la vida entre hombres que se preparan para enfrentar, como un todo, los rigores de la guerra.

La convivencia al interior del cuartel, adopta la forma conocida en el léxico castrense, como “vida de cámara” o “vida de casino”. Tan importante es la vida de cámara, que ella es enseñada, fomentada y practicada, desde las escuelas matrices, de oficiales y de personal subalterno y constituye un elemento de juicio significativo en las calificaciones. Una actividad social en la cámara o casino dispuesta por el mando, es tan obligatoria para los miembros de la cámara, como cualquiera otra actividad de la unidad y de ella sólo se puede ausentar quien tenga razones estrictamente fundadas.

La convivencia en la cámara es en cierta manera un reflejo de la organización militar, pues ella se desarrolla según el rango de cada uno. También refleja bastante fielmente la estructura de la sociedad. No es igual la vida de cámara entre los oficiales, que entre los sargentos o suboficiales; los temas que se conversan, los asuntos que se discuten, así como la forma de relacionarse, señalan importantes diferencias. Esta realidad no es obstáculo para que bajo determinadas circunstancias, se compartan momentos de camaradería con la participación de todos los estamentos de la organización. En la vida de cámara, es posible observar niveles de camaradería que las diferencias sociales o de jerarquía hacen parecer imposibles a los ojos del mundo civil.

Sin duda que la vida de cámara es distinta cuando en ella participan mujeres. La presencia femenina impone al varón un comportamiento más mesurado en su vocabulario, en los temas que se conversan y en la forma de celebrar los acontecimientos relevantes del quehacer de la unidad o de la tradición Esta situación, supone un proceso de adaptación muy complejo de todos los miembros varones del conjunto. La costumbre enseña que la vida de cámara es una actividad eminentemente viril, que si bien en parte es una copia del hogar en ocasiones lejano, es también el lugar de encuentro “secreto”, donde se superan las diferencias, se discuten los asuntos del servicio y se estrechan los lazos de camaradería, en la forma como los varones suelen hacerlo.

La sociabilidad y la camaradería son sellos que la profesión de las armas graba tan profundamente en el alma de sus cultores, que la práctica de estas virtudes se prolonga y proyecta en la vida civil del personal en retiro. Como muestra, la proliferación de organizaciones sociales en que éste participa activamente. Solamente en la Quinta Región se cuentan más de 36 de ellas. Es difícil encontrar un militar en retiro que no pertenezca a una o más de estas corporaciones.

Es muy conocido el hecho de que la cámara es un fiel termómetro de la calidad de la disciplina que se practica en la unidad. En las unidades navales norteamericanas, en las que la ley seca de los años 20 aún sigue en vigor, la vida de cámara es más bien pobre, quedando en la práctica restringida casi exclusivamente a compartir la comida. No existe allí la posibilidad de “conversar un trago”, prolongar la sobremesa, etc. Los marinos, al salir franco adoptan un comportamiento que en otros países es visto como escandaloso y que se atribuye a que al interior del buque la vida social es escasamente practicada, no obstante que los elementos de bienestar son en las fuerzas armadas norteamericanas, sensiblemente mejores y más abundantes que los que puedan gozar los militares de los demás países. Por lo general, los excesos de los “gringos” no se presentan en nuestros militares, de los que la sociedad posee una percepción de sobriedad distintiva.

La vida de cámara es un factor presente en todos los cuerpos armados, pero como es natural, existen diferencias significativas, que los miembros del mundo castrense pueden reconocer fácilmente y que se expondrán a continuación para ayudar a comprender mejor el impacto que la presencia de las mujeres tiene en ésta.

En el caso de las fuerzas terrestres, la vida de cámara se lleva a cabo en el casino. Por lo general, ubicado en un sitio relativamente aislado del bullicio del trajín habitual, a veces fuera de los límites del recinto del cuartel, pero próximo al mismo. Cuenta con los espacios destinados al alojamiento de oficiales y dependiendo de las disponibilidades, de sargentos y suboficiales en sus respectivos casinos. En los sitios en que existe una gran cantidad de unidades o reparticiones, es común encontrar un solo casino para los miembros de esas unidades. Normalmente, cabos y soldados o marineros, duermen en recintos comunitarios, aunque también cuenten con un casino, donde a veces se sirve la comida, pero que normalmente sólo se destina a la recreación.

Es común en nuestro país que en los comedores, al menos a la hora de las comidas, las mujeres sin distinción de grado militar se ubiquen en un sector específico, ya que sus conversaciones e intereses generalmente difieren con los de los varones. En las reparticiones navales, generalmente las mismas mujeres solicitan al mando que se les asigne un sector de uso exclusivo o, en subsidio, horarios de comidas diferidos. En otros casos, esta segregación surge espontáneamente y se mantiene incluso cuando en el mismo lugar se encuentran marido y mujer.

La presencia de mujeres en los rangos de oficiales, suboficiales y sargentos, supone la existencia de casinos con áreas de alojamientos separados, para damas y varones, probablemente atendidas por personal femenino y masculino. En ciertas legislaciones, el acceso a cada uno de estos sectores está reservado exclusivamente a los militares del sexo correspondiente, quedándole vedado total o parcialmente incluso a los superiores del sexo contrario en funciones inspectivas.

Es importante precisar que la vida de casino en las fuerzas terrestres es prioritariamente, vida de solteros. Al término de la jornada, los casados se van a sus casas y los solteros “se adueñan” del lugar. De esta manera, habiendo miembros de la cámara que sean mujeres, éste se transforma en un interesante lugar de encuentro para quien ande en busca de una pareja, en especial en aquellas guarniciones cuyo entorno urbano no ofrezca muchas opciones para atender a este tipo de intereses. Así, las hijas del coronel, antiguamente muy cotizadas entre los subtenientes, pueden verse desplazadas por la subteniente o alférez que alejada del control paterno y revestida del aura de la mujer profesional e independiente, resulta más atractiva y abordable y con la que se puede establecer relaciones más estrechas, sin mayores problemas.

La vida de cámara tiene un producto muy cotizado en la profesión militar: la camaradería. Este sentimiento, que se estima indispensable entre quienes van a entrar en combate y que alcanza rasgos de hermandad en los veteranos de la guerra, se cultiva sólo en la medida que los miembros del grupo comparten experiencias y, por sobre todo, se ven sometidos a las mismas exigencias del servicio. Por eso, es natural que haya más camaradería entre los compañeros de la misma arma y que los vínculos más sólidos se producen entre los de jerarquía similar.

La creciente tendencia observada entre las mujeres a comportarse como hombres y tratarse con ellos como si no existieran las obvias diferencias, elimina las barreras del respeto con que anteriores generaciones distinguieron a la figura femenina, pudiendo dar paso a una vida de cámara con las lamentables consecuencias que son de prever, en un ambiente en el que la promiscuidad atenta gravemente contra la estructura disciplinaria.

Nunca estará de más recordar el peligro que para la sociedad representan unas FF.AA. disciplinariamente débiles.

También la diferencia de las exigencias a que es sometida la mujer afecta a la camaradería. Mientras que al subordinado varón se le llama generalmente por el apellido, a ella se la llama por su nombre de pila; la mujer queda normalmente excluida de las faenas pesadas, con el consiguiente recargo en la labor del varón. Se ha pretendido descalificar como un mito, el hecho de que las aptitudes físicas de hombres y mujeres son radicalmente diferentes, pero tal como ya se trató en otro capítulo, ello es una realidad insoslayable.

Tampoco merece mayores análisis el argumento de que la vida militar ya no exige de sus cultores la participación en actividades o faenas pesadas, pues el soldado debe cargar abultadas piezas de armamento, cajas de munición, evacuar sobre sus hombros al compañero herido en combate, sin abandonar equipo ni armamento y todo ello, tras un largo período de dura actividad física, con mínimas oportunidades de descansar.

Cuando la legislación impone el deber de igualar las exigencias, éstas han debido ser reducidas en los aspectos marcados por la fisiología, con el evidente desmedro en la preparación física para el combate y la consiguiente merma en la calidad del entrenamiento.

Todas estas consideraciones llevan a que la camaradería, vital en la vida castrense, no pueda desarrollarse plenamente en las fuerzas mixtas. El resentimiento que surge entre los varones ante la presencia de mujeres en el servicio, se traduce en una pérdida de las condiciones de convivencia en la cámara, la que se manifiesta en la segregación informal, pero real. El malestar consiguiente, es significativo entre el personal de bajo rango y tiende a disminuir según se asciende en la escala jerárquica, pues este ascenso significa un decrecer en la frecuencia de faenas pesadas en la agenda personal.

La enseñanza de los oficiales para un correcto ejercicio del mando, se basa entre otras cosas, en la premisa de que quien manda, sabe qué está mandando, por qué lo hace y muy especialmente, sabe cómo se hace lo que se ha mandado y cuánto cuesta cumplirlo, porque él también lo ha hecho. En ello se funda una parte importante de su ascendiente. Más aún, no faltan situaciones en que el oficial también debe aportar su cuota de sudor al logro del objetivo, es decir, no sólo sabe hacer lo que él mismo ordena, sino que está en condiciones de hacerlo. ¿Con qué autoridad una mujer puede disponer que su personal ejecute un trabajo pesado, en circunstancias que ella nunca lo ha realizado ni está en condiciones de hacerlo? Es un punto que no debe ser descuidado. Y no se trata sólo del caso de los oficiales, pues en los grados más elevados del personal subalterno, el ejercicio de la función de mando constituye la clave de su desempeño.

Así, la vida de cámara no puede producir los efectos beneficiosos que de ella se esperan, cerrándose un círculo vicioso.

En materia de riesgos laborales, la vida militar en las fuerzas terrestres presenta una característica marcada: la posibilidad de caer prisionero. Esta posibilidad es en tierra mayor que en el mar, pero a su vez, es más baja que entre las tripulaciones aéreas.

¿Está la sociedad dispuesta a exponer a sus mujeres (todas de escasos años, por lo que sería mejor llamarlas “jóvenes”), al riesgo de ser tomadas prisioneras y sometidas a las vejaciones a las que toda mujer se expone en manos de tropas enardecidas por el calor del combate? No es extraño que entre las mujeres se multipliquen las desaparecidas en acción, en cifras proporcionalmente superiores a las de los combatientes varones. Cometidos estos crímenes de guerra, particularmente crueles, lo más “seguro” para los violadores es deshacerse de los cuerpos de sus víctimas, lo que en condiciones de combate, no es difícil. El cadáver de un combatiente ocasionalmente es sometido a autopsia y se le sepulta en cuanto se dispone de tiempo para ello.

Las imágenes de los restos de los soldados norteamericanos desembarcados de un avión, no son una realidad en las restantes fuerzas armadas del mundo, en las que la abundancia de medios de apoyo logísticos, propia de los EE.UU., rara vez se podría conseguir.

Los riesgos de caer prisionero de fuerzas adversarias incluyen el maltrato que se da al capturado, con el fin de obtener información (el clásico “tratamiento de prisioneros”). Los combatientes varones que se exponen a estos apremios, cuando entre los prisioneros hay mujeres, son más propensos a revelar datos de valor, pues en ellos, existe una tendencia natural a evitar el sufrimiento a la mujer.

La existencia de tratados internacionales, no resuelven el problema. En el ardor del combate, las reacciones desmedidas no son fáciles de controlar por los mandos, también emocionalmente alterados. La muerte de un ser humano, en condiciones de normalidad, causará un impacto más o menos uniforme en todos los testigos, que podrá aumentar o disminuir dependiendo de las circunstancias que rodeen al suceso; pero si esa muerte ocurre en un combate entre fuerzas militares, la situación cambia radicalmente.

La muerte de un soldado enemigo es percibida como la eliminación de un obstáculo al logro de la misión o de una amenaza a la vida propia. Por el contrario, presenciar la muerte de un compañero de armas a manos del enemigo, es una circunstancia dolorosa, que deja profundas huellas en el alma y que genera en ocasiones, sensaciones de culpa entre los sobrevivientes o desata sentimientos de venganza que mueven a actos de aparente heroísmo o de crueldad. La disciplina militar puede atenuar estos sentimientos, pero en el caos de la batalla, el autocontrol o el acatamiento de las órdenes pueden quedar superados por los hechos.

Los riesgos de caer en manos del enemigo no desaparecen por el hecho de asignar las mujeres sólo a las armas de apoyo. La moderna tecnología de las armas y las dinámicas condiciones en que se desenvuelven las operaciones militares, hacen que el combate se desarrolle a veces con tanta intensidad en la retaguardia, como en la primera línea de combate. Ante el avance del enemigo que ataca, la artillería, emplazada en la parte posterior del dispositivo, puede verse envuelta en el choque de las fuerzas de infantería. O el ataque centrarse en las unidades responsables del apoyo logístico. Los blancos que no alcanza la artillería, quedan expuestos al ataque aéreo, a kilómetros de la línea de combate. Hoy se habla de la “guerra de 360º”, para señalar esta característica de la guerra moderna.

La planificación respecto de las circunstancias en que se dará la batalla no pueden prever las innumerables alternativas que se presentan en el terreno, a la hora de enfrentar al adversario. En la guerra del Golfo, los misiles Scud iraquíes no cayeron sobre el dispositivo de combate de la coalición, sino sobre una unidad de apoyo logístico, muy lejos de los campos de batalla. La enorme diferencia de potenciales militares, tampoco exime a las fuerzas más poderosas del riesgo de caer en manos del enemigo. Frente a la inferioridad de medios, el adversario podrá recurrir al empleo de fuerzas especiales (comandos u otros) y también a irregulares operando a espaldas del dispositivo de batalla. La presión que estas fuerzas pueden ejercer sobre el ánimo de los adversarios, es significativa, sobre todo si han tomado prisioneros. Irak ha demostrado la validez de esta realidad, considerando que entre los prisioneros norteamericanos, había mujeres.

Las dramáticas experiencias de los prisioneros norteamericanos en Corea, en Vietnam, y ahora de mujeres en Irak, es una llamada de alerta que no puede ser desatendida. El prisionero de guerra sufre las peores afrentas que puede sufrir el ser humano siendo varón. ¿Cuánto más deberá sufrir una mujer en idénticas condiciones? En definitiva, éste es un tema que hasta el momento no ha sido bien analizado. Las mujeres militares merecen que estas cuestiones sean tenidas en cuenta.

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