Tesis que efectua un analisis ampliamente documentado del rol de las mujeres en las Fuerzas Armadas y especialmente sobre la necesidad y conveniencia de incluirlas en unidades de combate.

viernes, 23 de noviembre de 2007

III.- SITUACIÓN ACTUAL 1.3 | EEUU

3.- ESTADOS UNIDOS DE AMERICA.

Alrededor de 33.000 mujeres sirvieron en las fuerzas armadas norteamericanas durante la Primera Guerra Mundial. Casi 500.000 lo hicieron en la Segunda; 120.000 vestían el uniforme militar en tiempos de la guerra de Corea, al tanto que el teatro de la guerra en Vietnam contó con la presencia de unas 7.000. En Tormenta del Desierto, el 7% de las fuerzas norteamericanas, eran miembros femeninos, alcanzando una cifra de 40.000.

Hacer un relato de la contribución de la mujer en la vida militar norteamericana, es interesante, pues su participación ha debido sortear todas las dificultades que es dable imaginar, en una medida como no se ha visto en ningún otro caso. Probablemente estos problemas que se detallarán someramente, hubiesen sido menores de no mediar el hecho de que en estas materias, los EE.UU. han llevado la delantera, gracias a que la mujer estadounidense más que en otras regiones, ha librado las batallas más encarnizadas por alcanzar el reconocimiento de los varones.

Gran parte del discurso feminista contemporáneo se ha generado en los EE.UU., por lo que muchos de los argumentos esgrimidos por esta corriente, pudiendo ser aplicables a esa sociedad, no siempre pueden ser trasladados a otras realidades sociales.

Muchos de los logros en materia de derechos de la mujer, han sido obtenidos gracias a la participación de la mujer en las FF.AA. Es así como hasta el presente, los grupos feministas de presión insisten en la igualdad de la mujer frente al hombre en la vida castrense.

También los EE.UU. son el país que más ha documentado, investigado y publicado acerca de todos los temas que guardan relación con sus FF.AA. La abundancia de libros, artículos, informes, investigaciones, debates, etc., sobre la presencia de las mujeres en la vida castrense, es tan importante, que no resulta difícil estudiar el tema desde la perspectiva norteamericana.

La amplitud de fuentes de información, así como la costumbre tan arraigada en ese país de discutir cualquier tema públicamente, sin importar el efecto que ello tenga en su propios intereses, asegura una visión más amplia, acerca de las posiciones que al respecto han ido tomando los diferentes estamentos sociales, a la vez que permite entrever los problemas que se han suscitado. Otro aspecto digno de destacar, es el hecho de que EE.UU. es uno de los pocos países que ha documentado la experiencia de fuerzas militares mixtas en combate, aunque la participación de la mujer en estas unidades estuvo prohibida por ley hasta 1994, año en que por la vía reglamentaria se eliminaron las restricciones.

En sus comienzos, la participación femenina en las actividades militares en los EE.UU. siguió el mismo patrón del resto de los países. Las mujeres tomaron parte en los combates de la guerra civil por la independencia o revolución, generalmente sólo cuando las circunstancias las pusieron en el trance de luchar o morir. Hubo, algunas que deliberadamente se incorporaron a la lucha, siempre de modo irregular. Una de ellas fue Deborah Samson, quien en octubre de 1778 ingresó al ejército disfrazada de hombre para servir como voluntaria, bajo el seudónimo de Robert Shirtliffe.

Rachel y Grace Martin, disfrazadas de hombres, se distinguieron asaltando un correo británico que viajaba escoltado por soldados armados. Capturaron de esta forma, importante documentación que pusieron en manos del General Greene.

Probablemente la más famosa de las mujeres que combatieron o tomaron parte en la Revolución, fue Margaret Cochran Corbin (1751-¿1800?). (Ver Anexo B).

También hay numerosos informes de mujeres actuando como espías, papel para el cual estaban especialmente capacitadas, ya que no eran personas de las que un soldado desconfiara en absoluto.

En la guerra contra Inglaterra, en 1812, conflicto que casi no conoció otros enfrentamientos que los navales, se tiene noticias de 2 mujeres sirviendo como enfermeras a bordo del United States .

Según el investigador Franck Moore, unas sesenta mujeres resultaron heridas o muertas durante la Guerra Civil o de Secesión. Una joven, conocida sólo como Emily huyó de su casa en 1863 para incorporarse como tambor en un regimiento de Michigan. Herida mortalmente por un balín en Chattanooga y descubierta su identidad sexual, se negó a revelar su nombre, aunque sí accedió a enviar un telegrama a su madre pidiendo perdón por su fuga del hogar.

Tras la batalla de Gettysburg, en julio de 1863, se encontró los cadáveres de dos mujeres confederadas vistiendo uniformes. Una mujer, portaestandarte de la Unión, fue muerta en una colina cerca de Picketts Charge. Otra mujer, Frances Day, murió mientras combatía bajo el alias de Franck Mayne, con el grado de sargento.

Durante la Guerra Hispanoamericana, a fines del siglo XIX, el Ejército de los EE.UU. tuvo por primera vez mujeres incorporadas en sus filas como enfermeras. De ellas, 22 murieron en el frente aunque ninguna como consecuencia de heridas en combate, ya que todas ellas cayeron víctimas de enfermedades tropicales. La primera enfermera del Ejército muerta en suelo extranjero, fue Ellen Mary Tower y fue también la primera mujer sepultada con honores militares.

En 1901, se creó el Cuerpo de Enfermeras del Ejército y en 1908, lo propio hizo la Armada, de modo que al iniciarse la Primera Guerra Mundial, las mujeres ya tenían oficialmente un sitio propio en las FF.AA. norteamericanas. En este conflicto, las mujeres se desempeñaron como enfermeras y como telefonistas.

El Ejército libró una larga e inútil batalla con el War Department para permitir el ingreso de las mujeres en el rol de secretarias y escribientes, con el fin de aumentar la disponibilidad de los varones para el combate. El asunto era importante, ya que el volumen de documentos que debía ser dactilografiado durante la guerra era enorme. Nunca se admitió a las mujeres en otro rol que el de enfermeras en el Ejército, en la condición de militares. La Armada, por su parte, no tuvo este problema (sencillamente ignoró los reparos del War Department) y admitió a las mujeres para las mismas funciones, con rango militar, tanto en las reparticiones navales como en la Infantería de Marina y el Servicio de Guardacostas hasta el fin de la guerra, cuando fueron licenciadas.

Pese a la disputa ya mencionada, el Ejército norteamericano contrató unas 300 mujeres, para servir como operadoras bilingües de mesas telefónicas (las “Hello Girls”), ellas cubrían el enlace entre las tropas en las trincheras y los cuarteles generales de la retaguardia. Recibieron el grado equivalente al de teniente y el “privilegio” de comprar sus uniformes (que era entregado sin costo al personal masculino). Estaban sometidas a la reglamentación del Ejército, con 10 agregados específicos para ellas destinados a preservar la virtud femenina. Para el Departamento de Guerra eran civiles.

De las 1.881 Medallas por Servicios Distinguidos entregadas durante la Primera Guerra, 24 fueron para miembros del Cuerpo de Enfermeras del Ejército y una para las “Hello Girls".

Se estima, por muchos investigadores, que la mujer norteamericana alcanzó el derecho a voto esgrimiendo como argumento, el que ellas habían ido a la guerra: Si combates, votas.

Recordemos que unas 500.000 mujeres prestaron servicio en las FF.AA. de los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Esto revela que la mujer norteamericana no vaciló en ofrecer sus servicios a la causa de la guerra. A pesar de que la presencia femenina en las FF.AA. no era bien vista por la sociedad, ni por los hombres en el servicio.

Un rol de primera importancia en el otorgamiento de la condición de militar de la mujer en el Ejército, le cupo a la Primera Dama, Eleonor Roosevelt. A instancias de la señora Roosevelt y de la congresista Edith Nourse Rogers, el 28 de mayo de 1941, se presentó un proyecto de ley para la creación del Women's Army Auxiliary Corps (WAAC), para el Ejército. Sin embargo, pese a tan insigne promotora, el proyecto fue mutilado, retardado y cuestionado por largos meses, lográndose su aprobación en noviembre de 1941. Por tratarse de un cuerpo auxiliar, la ley negaba a sus miembros la condición de militares. El propio general Marshall intervino para avanzar en este sentido, sin éxito.

Debió ocurrir el ataque a Pearl Harbour para que las cosas cambiaran. Durante el combate, las mujeres dieron muestras de un valor y una capacidad extraordinarios, al atender, solo con los medios disponibles, a los 2.300 heridos que dejó el bombardeo. La Teniente 1º Annie G. Fox se convirtió en la primera de muchas mujeres enfermeras del Ejército en recibir un Corazón Púrpura y la Estrella de Bronce, como enfermera jefe en Hickam Field, blanco predilecto de los japoneses, después de los acorazados.

Cuatro días después, las condiciones para el pleno reconocimiento del status militar de las mujeres en el Ejército habían cambiado radicalmente, aunque la ley que creó el WAAC sólo se promulgó en mayo de 1942. En todo caso, como se verá más adelante, no todas las mujeres que ingresaron al Ejército recibieron la condición de militar.

Apenas iniciada la participación de los EE.UU. en la guerra, en 1942 la Armada creó las WAVES (Women Accepted for Volunteer Emergency Services), como parte de la reserva, pero sometidas en plenitud a las reglamentaciones navales. Aparte de las tareas de tipo administrativo, estas mujeres sirvieron generalmente como enfermeras, tanto en tierra, como en los buques hospital. El mismo año, las mujeres ingresaron al Marine Corps, recibiendo la misma denominación de Marines con que se conoce a los miembros varones del Cuerpo; también ese año, se creó el Coast Guard Women's Reserves. De este modo, la Marina continuó siendo, en los EE.UU. el servicio pionero en la incorporación femenina a las FF.AA. Finalmente, también en 1942, se crea el Women’s Auxiliary Ferrying Squadron (WAFS), integrado por 25 mujeres cuya función era pilotear los aviones recién salidos de las fábricas, hasta las bases desde las cuales el material sería desplegado a las unidades operativas, trabajo nada despreciable, considerando la gigantesca producción aeronáutica de la guerra.

En la cabeza de playa de Anzio, donde las fuerzas norteamericanas permanecieron largo tiempo sin poder avanzar en la ocupación del territorio central italiano, seis enfermeras del Ejército murieron como consecuencia del bombardeo alemán, que alcanzó el hospital de campaña en que servían, al tanto que cuatro mujeres, en el mismo sitio y lugar, se hicieron acreedoras a la medalla Estrella de Plata, por su extraordinario coraje bajo el fuego enemigo. En el teatro del Pacífico, un kamikaze impactó en el buque hospital USS Comfort, dando muerte a 6 enfermeras, 5 oficiales de sanidad, ocho tripulantes de gente de mar y 7 pacientes e hiriendo a 4 enfermeras.

La enfermera Aleda E. Lutz se convirtió en 1944, en la primera mujer militar de dotación del Ejército en morir en zona de combate, al caer el avión de evacuación médica en el que realizaba su misión de evacuación Nº 196.

En plena guerra, se fundó el Women Airforce Service Pilots, WASP. Este es un cuerpo de mujeres que en el Ejército cumplió el mismo rol que el WAFS en la Armada, aunque tampoco recibieron su merecido reconocimiento, hasta 1977. Treinta y seis miembros de este cuerpo cayeron en el cumplimiento de su deber, aunque no tuvieron ni siquiera el privilegio de un funeral con honores militares.

Aparte al ya señalado caso del USS Comfort, las únicas mujeres que se menciona combatiendo, hechas prisioneras o caídas en acto de servicio a bordo de unidades a flote, se encontraban prestando servicios en buques mercantes, como enfermeras o camareras. El hecho de que en la guerra naval no hayan líneas del frente y de que toda unidad a flote sin importar su rol o condición jurídica, se transforma en un blanco para el enemigo, permite aseverar que las mujeres que servían a bordo de naves mercantes durante la guerra, eran realmente combatientes, aunque sólo lo fueran por encontrarse expuestas a la acción hostil del enemigo.

En resumen, se sabe que unas 400 mujeres entregaron sus vidas al servicio de los EE.UU. durante la conflagración y aunque la información sólo muy lentamente ha sido dada a conocer, existen diversos testimonios de mujeres que fueron hechas prisioneras por los japoneses, especialmente a la caída de la fortaleza de Corregidor, en Filipinas.

Al regresar McArthur a las Filipinas, entre los prisioneros que habían sido liberados y que le esperaban, se encontraban también las ex-prisioneras. Se asegura que las fotos tomadas en la ocasión fueron mutiladas o trucadas, para que las damas no aparecieran.

En ningún caso se ha conocido de registros que indiquen que las mujeres hayan combatido tomando las armas, sin embargo, es de presumir que en un conflicto tan extenso en tiempo y en espacio, en el que se vivieron las más variadas circunstancias y con una participación tan masiva de la mujer, esta situación debe haberse presentado en innumerables oportunidades.

Del total de distinciones entregadas durante la guerra, 1.619 correspondieron a enfermeras (medallas, citaciones o recomendaciones). Solo 16 mujeres recibieron el Corazón Púrpura y 565, la Estrella de bronce. 700 WACs fueron condecoradas o recibieron menciones honoríficas al término de la guerra.

Muchas mujeres estuvieron al servicio de los cuerpos armados, sin reconocimiento alguno, al menos hasta mucho después de finalizadas las hostilidades. Se les negó en muchos casos la condición de militares en servicio, lo que les impidió posteriormente, acceder a los beneficios otorgados a los veteranos de guerra. Tales situaciones sólo vinieron a ser corregidas en los años 70 y 80. Los que sí manifestaron desde un principio su admiración por el trabajo femenino, fueron los más de 100.000 heridos que recibieron las atenciones de las enfermeras y gracias a las cuales muchos lograron sobrevivir.

En 1948, se promulgó la Ley Pública 625, The Women's Armed Services Act, texto que abría las puertas de los cuarteles a las mujeres para todos los efectos, pero no para todos los fines. La importancia del documento radicaba en que impedía que los cuerpos castrenses licenciaran a las mujeres al término de los conflictos. Así, los organismos creados durante la guerra, adquirieron un carácter de permanente. La mujer se integraba al servicio, pero sin existir para ella escalafones u organismos exclusivos, con la excepción del WAC.

Dos años después, cuando el número de mujeres en servicio alcanzaban el mínimo, propio de la post guerra, se desató el conflicto de Corea. Esta guerra no mostró mayores cambios en el terreno de la participación femenina, como tampoco los mostró en cuanto a los medios empleados en combate, con la sola excepción de la aparición de la Fuerza Aérea, creada a partir del Cuerpo Aéreo del Ejército en 1948.

Con la Fuerza Aérea, la mujer tuvo un nuevo campo de desempeño militar, en los mismos roles que antes tuvo en el Ejército. En especial, la mujer adquirió un lugar importante en las unidades de evacuación aeromédica.

De las 120.000 mujeres que sirvieron durante la guerra de Corea, 18 rindieron su vida. De ellas, 14 servían en la Armada, 1 en el Ejército y 3 en la Fuerza Aérea. También, las mujeres prestaron servicios en Japón y otros países del sudeste asiático, desde donde se apoyaba a las fuerzas combatientes.

Vietnam marca un pronunciado descenso numérico en la presencia de mujeres en el teatro de la guerra. Sólo 7.000 miembros femeninos de las FF.AA. tomaron parte en el conflicto, siempre en los roles tradicionales.

El precio en vidas humanas pagado por las mujeres en Vietnam también fue relativamente bajo: 9 pérdidas para el Ejército, una la Marina y una en la Fuerza Aérea.

Además, se sabe de 4 mujeres tomadas como prisioneras de guerra, todas ellas desaparecidas en acción. De ellas, 3 han sido declaradas posteriormente muertas y una se mantiene como desaparecida en acción.

Finalmente, el 5 de abril de 1975, tras el cese de las hostilidades y 2 años después de la retirada de las fuerzas norteamericanas un avión C-5 que evacuaba niños vietnamitas se estrelló, causando la muerte de 67 mujeres, 8 militares y 59 civiles al servicio de diversos organismos gubernamentales de los EE.UU.

La llegada de la década del los 70 marcó el gran cambio para las FF.AA. norteamericanas en general y en particular para las mujeres militares.

En 1970, las mujeres fueron admitidas en la Infantería de Marina y en 1975, por primera vez, recibieron destinaciones en unidades de la Fleet Marine Force, unidades que constituyen las fuerzas de despliegue inmediato. Sin embargo y pese a los avances anteriormente señalados, se les impide pertenecer a las unidades de armas de combate y artillería de campaña, de seguridad de equipos y armamento nuclear y de defensa antiterrorista de la flota.

En 1973, después de la traumática experiencia de la guerra de Vietnam, se puso término al servicio militar obligatorio. Las FF.AA. pasaron a estar integradas sólo por voluntarios, sin distinción de sexo. Ese año las mujeres representaban el 1,6% de las fuerzas; en 1980 alcanzaban el 8,5% y en 1989 el porcentaje subió a un 10,8%. Desde entonces, las cifras han experimentado cambios ubicando a la mujer actualmente, en alrededor de un 15%. Se mantiene también la limitante de que en ninguna unidad el número de mujeres puede exceder al de los varones.

Las diversas intervenciones militares norteamericanas, con posterioridad al conflicto de Vietnam, tuvieron a las mujeres actuando en los nuevos roles que excluían de la participación en combate. No fue hasta la operación Tormenta del Desierto, en que las FF.AA. de los EE.UU. tuvieron que lamentar nuevamente la pérdida de mujeres militares. Más de 40.000 mujeres militares estuvieron en el teatro de la guerra, actuando en roles de apoyo de combate y logístico. 14 mujeres del Ejército fallecieron, 13 de ellas, por acción del fuego enemigo.

La Marina sufrió una pérdida y la Guardia Nacional Aérea, otra, aunque ésta se produjo en un accidente en actividades relacionadas con Tormenta del Desierto, en territorio norteamericano.

Dos mujeres fueron capturadas por fuerzas enemigas.

Recordemos que la legislatura norteamericana intentó en 1988, impedir que las mujeres militares entraran en combate, pero sólo logró sus propósitos parcialmente al establecer que ninguna mujer podía ser obligada a tripular un avión o buque de combate (en otras palabras, sólo podrían hacerlo voluntariamente). En el caso del Ejército, entregó en manos del Departamento de Defensa, el determinar las limitaciones para el caso de las mujeres de las fuerzas de tierra, dejando en claro que la idea del Congreso era que las mujeres no participaran en combates terrestres.

El Departamento de Defensa promulgó ese mismo año, la Risk Rule (Regla del Riesgo), que establecía:

“El criterio correcto para impedir el acceso de las mujeres a posiciones o unidades no combatientes, son el riesgo de combate directo, exposición al fuego hostil o la captura, cuando el tipo, la duración o el grado de dicho riesgo es igual o mayor que el que corren las unidades de combate a las que ellas estén asignadas en un determinado teatro de operaciones.”

La nueva regla, aun cuando era imprecisa, reflejaba la opinión prevalente de que las mujeres no debían ser expuestas a los rigores del combate y, por otro lado, la opinión de las propias mujeres militares, que, según un estudio de la RAND recogido por la General Accounting Office, sólo en un 10% concordaban con la proposición de que “Las mujeres deben ser tratadas exactamente igual que los hombres y que deben servir en las armas de combate, como los varones”.

Tras la Guerra del Golfo, una comisión estudió estas materias con la asesoría de expertos en el tema, consultas a los mandos y a personal militar de todos los estamentos, realizando numerosas visitas a terreno, efectuando estudios de fisiología, de normas legales, de sociología y otros. Las recomendaciones que formularon los miembros de la comisión eran simples: restablecer las restricciones para el combate aéreo y continuar con la Risk Rule. Las recomendaciones se aprobaron el mismo día que el presidente Bush perdió la reelección. A los pocos meses, la administración Clinton inició un programa destinado a terminar con todas las restricciones a la participación femenina en el combate aéreo, naval o terrestre en las FF.AA. Se dictó una nueva Regla, aprovechando la circunstancia de que el Departamento de Defensa contaba con la facultad para ello.

Así, la nueva Risk Rule señala:

“A.- Regla: El personal en servicio podrá ser asignado a cualquiera de las posiciones para las que se encuentra calificado, excepto las mujeres, que no serán asignadas a unidades de nivel inferior al de brigada, cuya misión principal es entrar en combate terrestre directo, como se define más abajo:

B.- Definición: Combate terrestre directo es la interacción con el enemigo en el terreno, con armamento menor o mayor, mientras se encuentra expuesto al fuego hostil y a una elevada probabilidad de contacto físico con el personal de las fuerzas adversarias. El combate terrestre directo tiene lugar, en la parte frontal del campo de batalla, mientras se determina la posición del enemigo y se acorta la distancia, para batirlo mediante el fuego, la maniobra o por efecto de choque.”

Se establecieron algunas restricciones a la asignación de las mujeres a las fuerzas de combate:

a) Cuando, a juicio del Service Secretary (Cargo que es una mezcla entre nuestro Ministro de defensa y el Subsecretario de Guerra, Marina o Aviación), la implementación para un alojamiento y privacidad adecuados, se haga prohibitiva en términos de costos.

b) Cuando las unidades o posiciones deban ser mantenidas, por doctrina, en contacto permanente con unidades que participan en combate directo.

c) Cuando las unidades deban desarrollar operaciones de reconocimiento de larga distancia o en misiones de Fuerzas Especiales; y

d) Cuando los requerimientos de esfuerzo físico relacionados con el trabajo, excluyan necesariamente a la mayoría de las mujeres en servicio.

Las normas eran bastante razonables, pero las activistas feministas querían más. Ignorando el juicio de los especialistas en cuestiones militares, presionaban por imponer su criterio de abrir los accesos a otras áreas.

Pese a las limitaciones que el Congreso aprobó, a que el Departamento de Defensa introdujera nuevas modificaciones a lo ya acordado, en la práctica, y siguiendo una política de hechos consumados, las restricciones fueron sencillamente ignoradas y las instituciones comenzaron a asignar mujeres a unidades de combate (helicópteros de las fuerzas de caballería aerotransportada, ingenieros de combate, puestos de mando de unidades de artillería de campaña, de blindados e infantería), aun si tales estaciones pudieran verse eventualmente envueltas en situaciones de combate directo.

La implementación de tales medidas es de consecuencias insospechadas y pueden tener un alto costo en las actuales operaciones, en escenarios tan complejos como Afganistán e Irak. Definitivamente en este tema se consideró solamente la opinión de los grupos de presión, sin tomar en cuenta lo que en estas materias piensan las propias mujeres militares.

Lo interesante del tema radica en que durante las primeras operaciones en la invasión a Irak, tres mujeres cayeron en manos de los iraquíes, de ellas dos fueron posteriormente liberadas y repatriadas. La tercera mujer, la Private First Class Lori Piestawa, no tuvo tanta suerte, su cadáver fue encontrado en una tumba con claras evidencias de haber sido sometida a torturas y vejámenes que le ocasionaron la muerte. A Mayo del 2005, el número de mujeres militares muertas en Irak se elevaba a 35, además de 270 heridas.

Estos penosos sucesos han reavivado la polémica en los EE.UU., en especial considerando que las decisiones que llevaron finalmente a que estas mujeres cayeran prisioneras, se tomaron ignorando las disposiciones que el propio Congreso había adoptado en uso de sus potestades legales y del juicio de los especialistas. No se puede desconocer que en estos casos hay una poderosa advertencia respecto de lo peligroso que resultan las propuestas de los grupos de presión (en este caso especifico, las feministas), que logran resultados favorables a sus posiciones, pese al juicio de la gente entendida en la materia.

Hacia 1990, más de 229.000 mujeres lucían el uniforme militar. El 15% de ellas tenían rango de oficial. El porcentaje es menor en la Infantería de Marina (alrededor del 10%).

Las cantidades de mujeres eran entonces, las siguientes:

Servicio de Guardacostas: 2.600

Fuerza Aérea: 77.000

Armada: 57.000

Ejército: 86.000

Infantería de Marina: 10.000

El Servicio de Guardacostas permite el acceso de la mujer al 100% de los puestos; la Fuerza Aérea, al 97%; la Marina al 59%; el Ejército al 52% y la Infantería de Marina al 20%.

Las diferentes circunstancias determinadas por el entorno cultural, marcan algunas divergencias entre los EE.UU. y nuestros países de raigambre hispana: así, mientras en estos las tasas de deserción escolar en las escuelas matrices de oficiales son notablemente distintas para varones que para mujeres, en West Point, ellas son de 79% y 75% respectivamente.

Para el año 2000, el Ejército contaba con 10.505 oficiales y 59.650 soldados mujeres; mientras que la Armada, al año siguiente tenía 8.279 oficiales femeninos y 55.052 mujeres de gente de mar, representando dichas cifras alrededor del 14,5% del total de efectivos. Ver tabla 10, a continuación.

TABLA 10.-

Dotación femenina de las FF.AA. de los Estados Unidos, año 2001

Al 31 de marzo del 2001, las mujeres en las FF.AA. (incluyendo al Servicio de Guardacostas), conformaban casi el 15% de total de las fuerzas efectivas. La Fuerza Aérea posee el más alto porcentaje de mujeres, la Infantería de Marina, el más bajo. El Ejército cuenta con el mayor porcentaje de mujeres afro-americanas; la Infantería de Marina, el más alto de mujeres de origen hispanoamericano. La Armada es el único servicio en el que las mujeres del rango de oficial representan un porcentaje mayor que en el rango de personal subalterno. Los datos reflejan adecuadamente la realidad de las fuerzas al año anterior.

Servicio y rango

Número de mujeres

Porcentaje del total del personal

Total de fuerzas de la Secretaría de Defensa (1)

199850

14,7%

Personal subalterno

168805

14,7%

Oficiales

31045

14,5%

Ejército

72542

15,3%

Personal subalterno

61871

15,5%

Oficiales

10671

14,2%

Armada

50771

13,9%

Personal subalterno

43010

13,8%

Oficiales

7761

14,7%

Infantería de Marina

10338

6,0%

Personal subalterno

9387

6,1%

Oficiales

951

5,3%

Fuerza Aérea

66199

19,0%

Personal subalterno

54537

19,4%

Oficiales

11662

17,2%

Guardacostas

3538

10,2%

Personal subalterno

2768

10,0%

Oficiales

770

11,2%

(1): No considera las fuerzas del Servicio de Guardacostas. Fuente: www.infoplease.com

Después de más de 25 años de promover y facilitar la presencia femenina en el castrum norteamericano, los resultados no han sido mucho mejores que lo experimentado en otros países. Este caso parece señalar que la mujer no se interesa especialmente por la vida y la carrera militar. Las bajas cifras de mujeres revelan con mayor precisión este innegable desinterés, pues del total de las mujeres que sirven en las FF.AA., se debe descontar a las que no desempeñan funciones propiamente militares.

Uno de cada diez soldados que invadieron Irak era mujer. Una de cada siete estaba entrenada para cualquier acción bélica. 300 mujeres pilotos de guerra realizaron misiones de abastecimiento y apoyo a sus tropas. Afganistán estrenó la primera mujer piloto que lanzó bombas desde su aeronave y los primeros aviones de abastecimiento y de apoyo totalmente tripulados por mujeres. Según el diario Miami Herald, la captura en Irak de la soldado estadounidense-panameña Shoshana Jhonson “refleja un nuevo ángulo bélico: mujeres peleando, matando y riéndose ante el enemigo”. Si bien lo señalado por el diario no responde exactamente a la realidad, pues mujeres combatiendo ha habido siempre, los recientes conflictos en los que se han comprometido los EE.UU., nos muestran a las mujeres militares asumiendo cada vez con mayor intensidad, roles reservados antes exclusivamente a los varones, que las ponen directamente en contacto con el enemigo.

Desgraciadamente, los informes no pueden hacer referencia al desempeño de las unidades de combate a flote, las que se han mantenido muy alejadas de las áreas de operaciones terrestres, de manera que no se tienen antecedentes de primera mano sobre el comportamiento de las mujeres embarcadas, sometidas a las tensiones particulares del combate naval.

Tampoco parece haberse considerado en estos informes, que las FF.AA. mixtas han participado en dos conflictos muy particulares, en los que la abrumadora superioridad material, más que la calidad de los combatientes, marcaron las diferencias respecto al enemigo. Cómo se hubieran comportado las mismas fuerzas, en el conflicto somalí, en que las diferencias materiales quedaron sepultadas bajo el peso de las condiciones del campo táctico y de la composición y funcionamiento de las fuerzas adversarias, es una cuestión que aún no tiene respuesta.

No siempre en la guerra se dan los supuestos de los planificadores civiles ni de los estrategas militares. En realidad, rara vez se cumplen. Sería trágico, para los EE.UU. que tan pronto se hubieran olvidado las amargas lecciones de Vietnam. Entre tales lecciones se debe tener muy presente que no siempre se librará un “... tipo de guerra, en donde la victoria no dependerá principalmente de tener mejores armas o un mayor número de ellas, sino de la ‘astucia individual y la cohesión de pequeños grupos de elite’, cada persona en nuestras Fuerzas Armadas debe ser la real atención”.

La mujer presenta niveles de escolaridad superiores al del varón al momento de incorporarse al servicio (también tiende a ingresar a una mayor edad). Mientras el 21% de los varones registra su paso por la universidad, el porcentaje entre las mujeres alcanza el 27%. A un mayor nivel de escolaridad se suma un menor rango de exigencias en otras áreas, poniendo por lo general a las mujeres a la cabeza de las promociones y, por consiguiente, ellas acceden a mejores oportunidades al momento de decidir las destinaciones de los reclutas.

Los principales problemas que han debido enfrentar las mujeres en la milicia norteamericana, están relacionados con su aceptación por sus pares masculinos y los incontables casos de hostigamiento y abusos de tipo sexual. Estos inconvenientes comienzan en las escuelas matrices de oficiales, en los que, como ocurre en todas las FF.AA. del mundo, la disciplina es ejercida por los alumnos más antiguos, que se resienten de la invasión femenina de los espacios que siguen considerando esencialmente masculinos.

En la Academia de la Fuerza Aérea, durante el año 1993, se denunciaron 56 casos de violación o ataque sexual, según datos oficiales. Un informe emanado de la General Accounting Office, de enero de 1994, señalaba que entre el 50 y el 75% de las mujeres de las tres academias habían sufrido algún tipo de agresión sexual, al menos dos veces al mes. En el informe, se indica que en la Fuerza Aérea, el 59% de las alumnas denunciaron estos abusos, en la Armada, el 50% y en West Point (Ejercito), el 76%. Diez años después, en una encuesta realizada el año 2003, el 75% de las mujeres militares reportaron ser victimas de hostigamiento sexual

Las tasas de denuncias de atentados sexuales, en las academias de las FF.AA. de los EE.UU., superan con creces a las observadas en los barrios más violentos de las grandes urbes del país del norte. En las restantes unidades y reparticiones militares, los índices parecen ser algo menores, pero siguen siendo inaceptablemente elevados si se comparan con el promedio en el mundo civil. Los abusos con algún tipo de connotación sexual, generalmente perseguían atemorizar, alarmar o abusar de las personas para lograr ventajas en el servicio.

Investigaciones posteriores han revelado que las mujeres denunciantes han sido a veces sancionadas por formular tales acusaciones (generalmente muy difíciles de probar), por lo que se ha optado por poner los casos en manos de investigadores civiles. Los directores de las tres academias han sido relevados de sus funciones, por estimarse que su conducta, en el tratamiento de estos casos había sido, por lo menos, negligente. También se ha debido dictar nuevas directivas para dar seguridad a las mujeres y se les ha asignado a sectores de habitabilidad separados. Medida que pese a ser obvia, no había sido implementada en todas partes.

Los casos han alcanzado tal notoriedad, que el Secretario de Defensa debió intervenir personalmente, disponiendo diversas medidas correctivas, como la conformación de un panel de 7 civiles, que debe entregar un informe al propio Secretario y a los comités de Defensa del Senado y Cámara de Representantes. Los informes elaborados por comisiones especialmente conformadas para tratar el problema han revelado que la situación tiende a corregirse gradualmente, en la medida que las FF.AA. han ido adquiriendo experiencia en estos asuntos.

Otro problema de frecuente ocurrencia, guarda relación con el tema de la igualdad entre hombres y mujeres. Se da por hecho que la mujer no tiene las mismas capacidades físicas del hombre, por lo tanto las exigencias físicas para ella, deben ser menores. El bajar las exigencias a la mujer, crea una discriminación que perjudica al varón, ante cuyos legítimos reclamos se ha optado en algunos casos, por igualar las exigencias para todos, con la consiguiente merma en las capacidades de los combatientes. Se habla de una feminización de las FF.AA.

En donde esta dificultad es más notoria, por la gravedad de las consecuencias, es en el caso de las mujeres pilotos de aviones de combate, cuando deben enfrentar emergencias que exigen una gran fortaleza física. Estas situaciones pueden ocurrir en actividades de entrenamiento, sin la presión del combate, de modo que la frecuencia con que se presentan depende de factores ajenos a la voluntad humana.

También el problema se presenta a bordo. Diversas tareas que deben realizarse en un buque demandan del tripulante, un gran despliegue físico que pocas mujeres son capaces de realizar sin inconvenientes. Las quejas por esta causa son motivo de preocupación constante. Por una parte, revelan un recargo en el trabajo de los varones y por otro, acusan grietas en la disciplina, que pueden volverse en un aumento de las agresiones de que se hace víctima a las mujeres.

En las actuales circunstancias, el debate se centra en aquellas áreas en las cuales las mujeres aún no tienen posibilidad de operar. Es notoria la ausencia de mujeres embarcadas en la fuerza de submarinos. También se mantiene el debate en torno a las otras limitaciones para las mujeres, como las fuerzas especiales (Navy SEALS) e Infantería de Marina. Una mujer puede, en las actuales condiciones, ser comandante de un buque de combate de superficie, incluidos los portaviones, ser piloto de combate embarcado, pero no puede servir como marinero en un submarino.

El debate acerca de las limitaciones en las unidades submarinas ha adquirido nuevos bríos, a raíz de la incorporación de la clase de submarinos Virginia, cuyas unidades no contemplan en su diseño, ninguna facilidad para mujeres. Si esta clase de submarino no considera mujeres, desde su diseño, probablemente la presencia femenina en el Silent Service se retrase por una o varias décadas, dado que un submarino norteamericano se construye con un horizonte de servicio de 40 años.

A favor de permitir mujeres en los submarinos se muestra un poderoso círculo de miembros del Congreso y de grupos de presión ligados a estos congresales por razones de índole netamente política. Su interés principal está en la defensa de los derechos femeninos y en la igualdad de éstos con los de los varones.

Las condiciones de vida en un submarino son duras, sin importar la calidad de los tripulantes. Si esto ha cambiado con la tecnología, ha sido para aumentar los niveles de exigencia, en especial en el plano psicológico, mientras que se han mantenido los requisitos de orden físico e intelectual. En un submarino convencional (de la segunda guerra mundial), aún había ocasiones en las que los tripulantes podían disfrutar de un momento de relajo en cubierta, aunque sólo fuera de noche y las comisiones duraban algunas semanas. En un submarino nuclear (la U.S. Navy ya no opera sumergibles de propulsión convencional), esas raras ocasiones de salir a cubierta simplemente ya no existen y la duración de las comisiones puede extenderse hasta por 6 meses, con muy escasas y breves permanencias en puerto.

Se argumenta que ya hay mujeres en los submarinos de varios países. Pero nada se dice en relación a que estos submarinos de otras armadas no están sometidos a las condiciones antes expuestas, debido a que se trata de unidades de relativa escasa autonomía. Además, estas experiencias no han sido evaluadas bajo presión de guerra ni tampoco se ha analizado las dificultades que se han presentado a bordo ni los beneficios operativos alcanzados.

En estricta justicia, el submarino convencional moderno presenta muchas similitudes con el sumergible de propulsión nuclear, en lo referente a su autonomía y a las necesidades de aflorar a la superficie. El uso del schnorkel hace innecesaria la aflorada para la renovación del aire para la tripulación y la carga de las baterías, reduciendo las tasas de indiscreción y por consiguiente, mejorando las capacidades para permanecer sin ser detectado en el área de operaciones. En lo que respecta a la autonomía, no hay grandes diferencias entre ambos tipos de unidades, ya que este factor queda limitado a la capacidad de la dotación para permanecer ininterrumpidamente en la mar y a la disponibilidad de víveres.

En los más modernos submarinos de los EE.UU., la disponibilidad de espacio es tan escasa, que el único pasillo que une al buque de proa a popa, no permite el paso de dos personas simultáneamente, sin que al menos una de ellas se ponga de costado. En 120 metros de eslora, se hacinan 145 hombres por un lapso de 2 o más meses. Esto ocurre aún cuando el buque fue diseñado inicialmente para 108 tripulantes. El personal de gente de mar comparte solamente dos baños y el espacio entre litera y litera es tan estrecho, que es difícil darse vueltas estando acostado.

Sólo el comandante y el segundo comandante poseen un pequeño camarote privado, el resto de la dotación comparte su espacio de habitabilidad con uno o más tripulantes. Si la necesidad obliga a aumentar el número eventual de tripulantes, se debe recurrir al ya conocido sistema de “camas calientes”, puesto que las posibilidades de incrementar el número de literas ya están agotadas, al ocuparse como espacios para el alojamiento compartimientos que disponían de sitios “ociosos”.

Aunque el comandante disponga de su propio camarote, éste en realidad no es absolutamente privado. Algunos componentes de sistemas del buque, que por razones de diseño, han quedado ubicados en ese lugar obligan a que eventualmente, alguien deberá entrar allí, a realizar un determinado trabajo.

En estas condiciones, las mujeres embarcadas tendrían acceso a uno de los dos baños existentes, limitando la disponibilidad para todo el resto de la dotación, a un baño. Las mujeres con rango de oficial tendrían aun más problemas con su espacio de habitabilidad y con la disponibilidad de baños. Al mismo tiempo, las estrictas regulaciones establecidas para evitar el “acoso sexual”, harían muy difícil que las acusaciones por este tipo de faltas no se multiplicaran indefinidamente, con las consecuencias que son de prever en la cantidad de voluntarios disponibles para incorporarse a la fuerza de submarinos.

En resumen, en el estrecho espacio de un submarino la habitabilidad queda determinada estrictamente por el escaso espacio libre que dejan los equipos y armas instaladas. Los submarinistas por generaciones han aceptado estas condiciones tan duras, como normales. Agreguemos que se trata del grupo social (dentro de la Armada) con mayor apego a la tradición y a las viejas costumbres navales, en las que la presencia femenina nunca ha tenido presencia.

El doble estándar que se ha generado al interior de las FF.AA. norteamericanas en lo relativo al trato que se da a los militares en razón de su sexo, es un elemento altamente conflictivo cuya fuerza no ha sido analizada en profundidad por las autoridades castrenses y civiles.

En la práctica, numerosos mitos surgidos recientemente, en relación con la mística de los uniformados, han quedado al desnudo. Se ha sostenido frecuentemente en los EE.UU., que el ingreso y permanencia de las personas en las instituciones militares es una cuestión que debe ser abordada como cualquier otro oficio, como un trabajo más, de modo que para un joven, sea indiferente ingresar al mercado laboral civil o al mundo militar. La realidad se ha encargado de demostrar, una vez más, que las cosas no son así. El creciente aumento en las tasas de deserción en los grados más bajos de los escalafones, entre los varones, no responde a las expectativas económicas más halagüeñas del campo civil. Por el contrario, ello se atribuye a:

- La pérdida de la mística militar.

- La penetración de elementos distorsionadores de la cultura castrense.

- El sistemático deterioro de los niveles de entrenamiento para el combate, para adaptar este proceso a las reclutas femeninas.

- La pérdida de confianza en los mandos, ante la evidente discriminación que ahora perjudica a los soldados varones.

- La pérdida del sentido de “guerrero” que necesariamente debe empapar al oficio castrense.

Pareciera ser que la profesión militar norteamericana, ya no se nutre en el desafío por lograr el título de “soldado”, de “marino” o de “aviador”, para luego mantenerlo con esfuerzo y convertirlo en el fundamento básico de la vida laboral. La participación femenina en las FF.AA. ha terminado con todo esto, pues frente a una mayor exigencia que una recluta mujer pudiera estimar como excesiva, el instructor corre el riesgo de ser acusado ante sus superiores y posteriormente sancionado por “abuso contra el recluta”. Tanto así, que las frecuentes lesiones experimentadas por las mujeres durante el entrenamiento han obligado a reducir sistemáticamente los niveles de rendimiento mínimo. Ya no se marcha rumbo al campo de entrenamiento, sino que se viaja en bus o camión y se regresa al cuartel de igual forma, perdiéndose la oportunidad de adquirir la necesaria resistencia a la fatiga y el temple del carácter que se logran con los frecuentes ejercicios de marcha.

Luego que se aceptó la incorporación de la mujer a las FF.AA. como una forma de paliar la reducción de las bases de selección, también ha sido necesario para mantenerla, reducir sostenidamente las normas de selección en los procesos que tienen relación con la parte física de los postulantes. Con menor selección permanente, la calidad del personal militar necesariamente decae. El resultado es que los beneficios que se han logrado por una parte, han quedado anulados por otra.

Otro aspecto en el que la incorporación de la mujer a la milicia ha causado un impacto negativo, es el relativo a las calificaciones. Puesta en el papel, a la mujer se la considera en perfecta igualdad frente al varón. Pero son tantas las excepciones que se ha debido introducir para compensar frente a las evidentes diferencias entre los sexos, que finalmente al momento de calificar al personal, las mayores exigencias que pesan sobre los hombres, les sitúan en el orden de mérito muy por debajo de las mujeres. Esto disminuye sus oportunidades de ascensos, traslados o de acceso a otros beneficios que se otorgan tradicionalmente en virtud de los méritos profesionales. El resultado es simple: descontento respecto de las condiciones del servicio, desconfianza hacia los mandos y sus mandos, pérdida del sentido del “guerrero” que marcó a generaciones de militares, desilusión y retiro prematuro.

La Infantería de Marina que también cuenta con mujeres entre sus filas, no ha cedido en aspectos simples, pero claves, para mantener el atractivo por ingresar en sus filas. Ellos, han recalcado el hecho de que ser un “marine” es una buena razón para vivir y no una forma más de ganarse la vida. La política de la Infantería de Marina ha dado sus frutos, si consideramos que el Cuerpo nunca ha tenido problemas para cumplir con sus cuotas de reclutamiento ni sufre del mal de los retiros prematuros de su personal, y esto, a pesar de que es ampliamente conocido que el servicio como “marine” impone condiciones bastante más severas que las del Ejército. Largos períodos de despliegue lejos de la base, niveles de bienestar material más reducidos, extensas y aburridas navegaciones en las unidades anfibias de la Armada, entrenamientos y operaciones en una amplia gama de climas y medios geográficos, etc.

La expresión “semper fi”, abreviación del “Semper fideles”, lema del Cuerpo de Infantería de Marina es usada frecuentemente por los soldados del Ejército para demostrar que a diferencia de éste, la Infantería de Marina sigue siendo una fuerza militar aguerrida, motivada para el combate, compuesta de verdaderos guerreros.

El debate no ha terminado, pero se centra en aquellos puntos que unidos trazan el verdadero límite a las oportunidades profesionales de la mujer en las FF.AA. A los grupos que presionan por dar un mayor espacio para las mujeres, se unen ahora, la de aquellos que quieren volver atrás, impactados por la dramática experiencia de las tres militares capturadas por las fuerzas iraquíes y las más de 35 muertas que a la fecha se han reportado.

FIGURA 2.-



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